martes, 15 de abril de 2014

"Y resucitó al tercer día"

El Domingo de Pascua, la Iglesia, está llena de alegría. Dos hombres con vestidos refulgentes se les presentaron a las mujeres que habían ido al sepulcro y les dijeron «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea, cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar». ¡El sepulcro de Cristo está vacío! ¡El Señor ha resucitado!

Hasta entonces, los discípulos no habían entendido... la Escritura: «que Él había de resucitar de entre los muertos».

+ Habían acompañado al Maestro entrando en Jerusalén el Domingo de Ramos. Jesús, el verdadero Mesías enviado por Dios Padre, entraba en la ciudad santa. Se cumplía así la profecía de Zacarías que anunciaba: «Salta de gozo, Sión; alégrate Jerusalén. Mira que viene tu rey: justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna». Y la muchedumbre lo aclamaba como el Mesías esperado por el pueblo diciendo «Bendito el que viene en nombre del Señor».

Jesús sabía lo que le esperaba... lo había anunciado a sus discípulos, pero éstos no lo entendieron. El pueblo que lo recibe gritando «Hosanna», que significa «sálvanos»... pronto pedirá su muerte en la cruz. Se nos anuncia el sentido de toda la Semana Santa diciendo: «Siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa, y, al resucitar, fuimos justificados».

+Acompañaron a Jesús en el Jueves Santo en aquella Cena celebrando la Pascua de los judíos. El Señor, se entregó a sí mismo en la noche en que iban a entregarlo, pues sabía que tenía que pasar de este mundo al Padre y «tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”. Lo mismo hizo con el cáliz después de cenar... Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva».

El pan y el vino cambian de significado y representan sacramentalmente el cuerpo roto y la sangre derramada al día siguiente en la cruz. El Señor acepta su muerte en redención por la humanidad pecadora y se da en comida a los doce, mandándoles que lo repitan a través de los siglos, hasta que llegue el banquete del reino de los cielos. Desde entonces, en cada Eucaristía anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y esperamos su venida en la gloria.

+Asustados, en silencio, desconcertados... habían visto a Jesús caminar al Calvario en el Viernes Santo. Jornada de Dolor acompañando a María... «Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu». La Lectura se interrumpe y el tiempo se para. El pueblo fiel se pone de rodillas para cumplir la Escritura: «Mirarán al que traspasaron». ¡El Señor ha muerto en la cruz! En la sangre de Cristo, se realizado la reconciliación del mundo con Dios.

+Y «tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús». Sábado Santo... junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte. Día de oración y reposo, día de duelo por la muerte del Señor y de espera confiada.

Espera que culminará de «madrugada», cuando «las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado». Y «encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y, entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús». Y supieron y comprendieron que el Señor había resucitado. Y «anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás». Pero los apóstoles «lo tomaron por un delirio y no las creyeron». Hasta que Pedro «se levantó y fue corriendo al sepulcro ... y se volvió a su casa, admirándose de lo sucedido».

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