martes, 29 de abril de 2014

San Pedro Mártir de Verona. Su fiesta se celebra el 29 de abril

Óleo sobre tabla. Pedro Berruguete, comienzos S. XVI. Iglesia-Museo de Santa Eulalia (Paredes de Nava).
Nace en Verona hacia el 1205, en el seno de una familia presa de la herejía cátara, pero fue educado por un maestro católico. Siendo escolar, un tío suyo, también hereje, le preguntó qué aprendía en el aula y el niño le respondió que el Credo de la fe católica. A los 16 años ingresó en la Orden de Predicadores al año siguiente de la muerte de Santo Domingo de Guzmán. A pesar de los intentos de sus familiares por apartarle de la verdadera fe, siempre se mantuvo en la ortodoxia, lo que le reportó el odio de los cátaros.

Fue un gran predicador. Con su oración, penitencias y sermones convirtió a muchos albigenses a la verdadera fe. Con vehemencia, arremetía contra los cristianos católicos de palabra y no de actos. Reclamado por muchos obispos del norte de Italia para impartir misiones, fundó el monasterio dominico de San Pedro del Camposanto (Milán).


El Papa Inocencio IV lo nombró inquisidor de Lombardía y prior del convento de Como.

Yendo de viaje de Como a Milán le asaltaron dos sicarios cátaros. Tras darle una paliza, le asesinaron. Poco antes de morir, volvió a recitar el credo, y murió perdonando a sus verdugos. Fue canonizado por el Papa Inocencio IV en 1253, 337 días después de su muerte. El asesino entró en la Orden de los Dominicos por los remordimientos que le produjo su acción y haber matado a un santo.

El arte le representa vestido de dominico, con la palma del martirio y tres coronas en una mano, con un puñal clavado en el pecho y un cuchillo abriéndole la cabeza.

En Palencia, tiene una ermita dedicada con su cofradía correspondiente. Entre obras de arte destacan la escultura del museo de Cisneros y las pinturas de Pedro Berruguete del Museo de Paredes de Nava.

Texto: José luis Calvo
Fotografía: Antonio Rubio

Oración
Dios de poder y misericordia, que infundiste fuerza al mártir San Pedro para que pudiera soportar el dolor del tormento, concede a los que hoy celebramos su victoria, confesar la verdadera fe contenida en el credo, y no quedarnos solo en palabras sino testificarla con obras y en nuestra propia vida.

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