martes, 22 de abril de 2014

Las abejas

Santa Teresa admiraba la conversión pública de San Pablo, la Magdalena y San Agustín. Así escribe: “Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba, que como sabía estaba allí, cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus pies... como ella, asociándola a mi petición de perdón”.

Acude con frecuencia a San Pablo. En su Vida (Cap. 13) escribe: “Otro tiempo traía yo delante muchas veces lo que dice San Pablo, que todo se puede en Dios”. Y seguidamente cita a San Agustín: “Dáme, Señor, lo que me mandas y manda lo que quisieres”. Más adelante podemos leer: “¿Qué debía pasar San Pablo y la Magdalena y otros semejantes, en quien tan crecido estaba este fuego de amor de Dios?” (Cap. 22).

De San Agustín nos dice: “En este tiempo me dieron las Confesiones de San Agustín que parece que el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré, ni nunca las había visto. Comencé a leerlas, parecióme me veía yo allí. Cuando llegué a su conversión y leo cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón” (...) “Estuve -sigue escribiendo la Santa- gran rato que toda me deshacía en lágrimas. Y entré en mi misma con gran aflicción y lágrimas. Paréceme que ganó grandes fuerzas mi alma de la divina Majestad y que debía oír mis clamores”.

¿Cómo fue la conversión de Santa teresa y cuán y dónde? Tenía 39 años y ya vivía en la Comunidad de Carmelitas de la Encamación, en Ávila. Eran más de cien religiosas en la Comunidad. Escribe en su Vida escribe: “Acaeciome que entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá. Que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa” (...) “Era de Cristo muy llagado y tan devota que, mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros” (Cap. 1).

Cuando la Santa habla de la conversión, dice a sus monjas que deben ser como las abejas, que todo lo que comen lo convierten en miel... que es dulce y sirve para dar vida. Así es la verdadera conversión, estando siempre por medio Dios y el prójimo.

Germán García Ferreras

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