domingo, 2 de febrero de 2014

La alegría del Evangelio en la vida consagrada

Desde 1997 se celebra, cada 2 de febrero, en la fiesta de la Presentación del Señor, la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, instaurada por el beato papa Juan Pablo II. Esta Jornada tiene como objetivos “alabar y dar gracias a Dios por el don de la vida consagrada a la Iglesia y a la humanidad”; “promover su conocimiento y estima por parte de todo el Pueblo de Dios”; e “invitar a cuantos han dedicado totalmente su vida a la causa del Evangelio a celebrar las maravillas que el Señor realiza en sus vidas”.

En ese día damos gracias a Dios por las Órdenes e Institutos religiosos dedicados a la contemplación o a las obras de apostolado, por las Sociedades de vida apostólica, por los Institutos seculares, por el Orden de las vírgenes, por las nuevas formas de vida consagrada.

El lema de este año -en plena sintonía con la Exhortación apostólica del papa Francisco, Evangelii gaudium- es: La alegría del Evangelio en la vida consagrada.

«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús». Estas son las primeras palabras de la Exhortación apostólica. Entre los que se encuentran con Jesucristo están de modo especial las personas consagradas, cuya vocación se entiende plenamente desde el encuentro personal con Jesucristo pobre, casto y obediente, a quien siguen más de cerca y con radicalidad evangélica.


La alegría de los miembros de vida consagrada nace de Dios, que es la fuente de la verdadera alegría. La alegría en la vida consagrada procede de la fe, que a su vez proviene de la acogida de la Palabra de Dios. «El anuncio de la Palabra crea comunión y es fuente de alegría. Una alegría profunda que brota del corazón mismo de la vida trinitaria y que se nos comunica en el Hijo (...). Según la Escritura, la alegría es fruto del Espíritu Santo (cf. Gál 5, 22), que nos permite entrar en la Palabra y hacer que la Palabra divina entre en nosotros trayendo frutos de vida eterna».

Las personas consagradas viven la alegría de su vocación, desde la consagración a Dios, la comunión fraterna y la misión evangelizadora (por el apostolado o por la contemplación) en la profunda unión y amistad con Jesucristo en su vida diaria, siendo reflejo del Amor de Dios, dispuestos a abrazar todas las miserias y a curar todas las heridas humanas para poner en ellas el bálsamo de la ternura y de la misericordia divina.

Ahora bien, la alegría cristiana es siempre una alegría crucificada, que pasa por la cruz y culmina en la resurrección. A la alegría se opone la tristeza, no la cruz, que es signo de amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario