sábado, 18 de mayo de 2013

¿Quién pecó, él o sus padres?

Asistimos a una crisis que va para largo. No se resolverá tan pronto ni tan fácil como nos decían. Y ocurre siempre en momentos de desesperación que buscamos culpables, y casi siempre lo hacemos entre aquellos que no pueden defenderse... Así sucedía en los barcos que surcaban los mares hace siglos, en las juderías de nuestra España medieval, en el gueto de Varsovia... También en la época de Jesús. ¡Qué fácil es culpar de su propia desgracia al que padece un mal! Si nos descuidamos, le asignamos también alguna que otra responsabilidad. De paso, nos exculpamos nosotros, blindamos nuestra propia conciencia. La lógica del mérito es tan vieja... Y desde el principio fue combatida por el cristianismo.

He aquí unas frases de san Juan Crisóstomo, un santo padre del siglo IV que no tenía pelos en la lengua. En sus sermones se dirigía a las gentes de Constantinopla, de donde era patriarca. Fue desterrado más de una vez por razón de sus críticas; tan sólo hablaba con la Palabra en su corazón:

«De manera que también tú, cuando des algo, no examines la vida ni exijas razón de las costumbres. Pero nosotros en todo procedemos de modo contrario. Porque no solamente nos irritamos contra los perversos y malvados; sino que también, cuando se nos acerca alguno que vive sano pero en pobreza, ya sea por la rectitud de su alma o por ser libre o por su pereza simplemente, lo colmamos de injurias, oprobios y dicterios, y lo mandamos con las manos vacías, y le echamos en cara su salud o le objetamos su pereza, y hasta exigimos su castigo. ¡Compadecernos de ellos y aliviarles sus necesidades fue lo que ordenó Dios, y no exigirles cuentas y colmarlos de injurias! ¿Dirás que quieres corregirle sus costumbres y sacar al perezoso de su desidia, y hacerlo que se aplique a algún trabajo? ¡Pues dale la limosna y después lo reprendes, a fin de que no caigas en el reproche de crueldad, sino que logres la alabanza del generoso! Porque el pobre aborrece a quien nada le da y solamente lo colma de oprobios; y lo lleva con gran dolor y no quiere ya ni mirar a semejante hombre. Y con razón.


Así, pues, cuando veas a un pobre y estés tentado de decirle: “Me sofoca que este hombre, que es joven y está sano y no tiene nada, quiera comer sin trabajar”. Todo esto, dítelo a ti mismo, o, mejor aún, déjale al pobre que te lo diga libremente, y tendrá más razón que cuando se lo dices tú a él: “Me sofoca que, estando tú sano, vivas ocioso, sin hacer nada de lo que Dios te ha mandado; eres un fugitivo de los mandamientos de tu Dueño y andas de acá para allá a la maldad. Tú te embriagas y arruinas las casas ajenas. Tú me acusas a mí de mi ociosidad; pero yo a ti de tus malas obras: de tus insidias, de tus juramentos, de tus mentiras, de tus rapiñas y de otras infinitas cosas semejantes”. (...) Pero nosotros no sólo no le tenemos compasión, sino que por añadidura le decimos cruelmente: “¿No te han dado ya una y dos veces?” ¿Y qué? Por haber comido una vez, ¿no tiene ya que comer más? ¿Por qué no impones esas leyes a tu propio vientre y le dices: “Ya te hartaste ayer y anteayer. No pidas ahora más”? A tu vientre, sin embargo, le haces reventar sobre medida, y al pobre que te pide lo estrictamente necesario, lo rechazas, cuando debiera ser motivo de compadecerte el hecho de que tenga que venir a pedir todos los días. Realmente, si otra cosa no te conmueve, eso por lo menos debiera conmoverte, pues a eso le fuerza la necesidad de la pobreza. Ésta es la que lo hace importuno. Si no le quieres dar, ¿por qué encima lo culpas y atribulas a un alma ya de suyo miserable y desgraciada? El pobre se acercó a ti buscando tus manos como un puerto a su miseria; ¿qué necesidad hay que le levantes nuevas olas y hagas más dura la tormenta?»

Bueno, sobran más palabras. Ahora pensemos en tanta gente que conocemos, gente a la que a veces hacemos un traje sin ofrecerles abrigo, a la que bañamos de razones sin mover un dedo... ¿Es esto cristiano? No lo creo. Nos conviene “limpiar la viga en nuestro ojo”, CUALQUIERA podríamos vernos en esa situación.

Asier Aparicio Fernández 
Pastoral Social

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