sábado, 19 de mayo de 2012

San Juan de Ávila. “Volver la mirada al Santo”

El pasado 10 de mayo, celebramos el día de nuestro patrón como sacerdotes diocesanos. En efecto, San Juan de Ávila fue nombrado por el Papa Pio XII patrón del clero secular español. Además, el Papa Benedicto XVI lo proclamará próximamente Doctor de la Iglesia Universal. Así lo anunció en la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Madrid, donde nos invitó a “volver la mirada” hacia el Santo y a perseverar en la misma fe de la que él fue Maestro.

Fue consejero y amigo de grandes santos reformadores, en aquellos momentos difíciles por los que la Iglesia estaba atravesando en el siglo XVI, como San Ignacio de Loyola, San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San Juan de Ribera, San Juan de la Cruz, San Pedro de Alcántara, Santo Tomás de Villanueva, y Santa Teresa de Jesús.

Ayudó a reformar el clero y, en general, la Iglesia de su tiempo, porque vivió él mismo e intentó que los sacerdotes, los consagrados y los laicos vivieran el ideal de la santidad, según nos pide el Evangelio.

También hoy estamos atravesando momentos difíciles en la vida de la Iglesia, acosados por un laicismo militante desde fuera y por una secularización interna, que nos invade desde dentro.
Hay que recordar a este respecto lo que los obispos españoles dijimos en el Plan Pastoral 2002-2007 de la Conferencia Episcopal Española, hace ya algunos años: “la cuestión principal a la que la Iglesia ha de hacer frente hoy en España no se encuentra tanto en la sociedad o en la cultura ambiente como en su propio interior; es un problema de casa y no solo de fuera”.

Como contrapartida, se nos presentan hoy los escritos de San Juan de Ávila, que tanto han influido en la historia de la espiritualidad española y universal, para que nos ayuden a encontrar los nuevos planteamientos espirituales y pastorales que la Iglesia española está necesitando en estos momentos. Y el primero de todos ellos es, sin duda, la santidad del clero.

En el Oficio de Lectura de esta fiesta, podemos reflexionar sobre una plática de San Juan de Ribera, destinada para ser leída en el Sínodo Diocesano de Córdoba del año 1563. En ella se hace una referencia muy clara a lo que debe ser la vida espiritual de los sacerdotes.

Sobre el gran beneficio que Dios nos ha hecho al llamarnos para ser sus sacerdotes, dice la carta: “Si elegir sacerdotes entonces [en el Antiguo Testamento] era gran beneficio, ¿qué será en el Nuevo Testamento, en el cual los sacerdotes de él somos como sol en comparación de noche y como verdad en comparación de figura?”. Demos ahora preguntarnos nosotros: ¿Vivimos nuestro sacerdocio como un regalo de Dios o como una carga que no recomendaríamos a ninguno de nuestros amigos o feligreses?

Si los lugares que Jesús visitó, la cruz donde murió y el sepulcro donde fue sepultado son consideradas santas, porque Cristo las ha tocado -se pregunta San Juan de Ávila-, “¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es el lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como no vino en otros lugares? Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración, y no lo trajeron los otros lugares, exceptuando a la Virgen”.

Sobre la necesidad de que los sacerdotes tomemos conciencia de nuestra dignidad ante Dios, a fin de decidirnos a llevar una vida santa, dice San Juan de Ávila en la misma carta: “Relicarios somos de Dios, casa de Dios, y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombres conviene gran santidad”.

Y termina el Oficio de Lectura con esta definición del sacerdote que da San Juan de Ávila en la carta al Sínodo Diocesano de Córdoba: “Esto, Padres, es ser sacerdote: que intercedan ante Dios [“amansen”, dice textualmente] cuando estuviere enojado con su pueblo, que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan familiaridad con él; que tengan virtudes más que de  hombres y causen admiración a los que los vieren: hombres celestiales o ángeles terrenales; y aun, si pudiere ser, mejor que ellos, pues tienen oficio más alto que ellos”.

Ante esta lección de vida sacerdotal, que nos da nuestro patrono en el día de su fiesta, es preciso preguntarnos con sinceridad: ¿nos creemos, de verdad, que el sacerdote debe ser santo? ¿Me creo yo, que soy sacerdote, que debo  ser santo? Y más todavía: ¿estoy intentando conseguirlo, fiado en el auxilio de la gracia de Dios?

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