martes, 10 de enero de 2012

El niño de la casa grande

¿Quién ha dicho que los niños no se enamoran? Lean, lean este relato...

Aquél niño estaba enamorado de una pelota multicolor. Los niños se enamoran, como los adultos. Luismi, que así se llamaba el muchachito, vivía en la que los otros chicos llamaban la “casa grande”. Una mañana temprano, camino del colegio, Luismi encontró una pelota enorme, de colores vivos. Y se enamoró de ella a primera vista...

La pelota, abandonada, se encontraba allí, tendida junto a un árbol, dormida, acunada por el trino de los pájaros nocturnos y la luz suave de la luna llena. Luismi, con sus ojos claros y su pelo revuelto, pasaba todas las mañanas por aquel parque, camino del colegio. Luismi, como el resto de los niños, arrastraba siempre un carrito lleno de libros y cuadernos. Cuando vio la pelota dormida junto al árbol, lo primero que pensó fue en adoptarla. Tenía muchos juegos en casa, pero aquella pelota con los colores del “arco iris” le pareció distinta. Tan redonda y pizpireta, tan hermosa e inocente, le gustó desde el primer momento. Fue como un flechazo rápido e irresistible...

- ¿Dónde me llevas? -preguntó la pelota un poco asustada.

- No preguntes. Ahora tengo prisa; ya hablaremos, vuelve a dormir...

Luismi no trataba a sus juguetes como objetos, sino como personas. Sus juguetes eran sus amigos. Hablaba con ellos, en su habitación, y los cuidaba como si fueran hermanitos. En realidad, todo hay que decirlo, Luismi era un niño introvertido, sin hermanos ni amigos. Además, tenía, según comentaban, una enfermedad muy extraña que sólo los médicos entendían. Vivía al cuidado de la abuela, ya que sus padres trabajaban todo el día, fuera de la “casa grande”.

Luismi y su juguete preferido conversaban de muchas cosas. La pelota le hacía guiños, en cada momento, y le había confiado su corta y azarosa vida. Primero, había pasado meses enteros en el almacén de una juguetería, muy aburrida, hasta que fue rescatada por un niño mal criado, que la compró, la maltrató, y acabó por abandonarla en el parque, donde ella había pasado mucho frío...

Pero, una noche, a Luismi le ocurrió algo inesperado. Fue precisamente en la noche de Reyes: noche mágica, de sueños e ilusiones. Luismi se puso muy enfermo. No había pedido juguetes a los Reyes para no desairar a su amor, su juguete preferido. El muchachito había mudado de color. Ahora su piel era azul y morada. Sus labios estaban muy cerrados. Parecía, todo él, como de cera. La pelota, que dormía junto a su cama, lloraba y lloraba, al ver que su amiguito se moría. Lloraba, pero nadie la oía.
Cuando llegó la abuela, al día siguiente, a despertarlo, el niño estaba muerto. Y ocurrió algo extraordinario. Algo que la abuela, nerviosa, dando gritos, no se había dado cuenta: la Virgen que velaba la habitación de Luismi, y ante la que él rezaba todas las noches, tenía dos niños en los brazos. Uno era naturalmente el Niño Dios. ¿Y el otro? El otro era -¡oh prodigio!- el propio Luismi.

La pelota lloró mucho, y ahora espera que la Virgen la reciba también a ella en el cielo para seguir jugando con su amiguito en el lugar donde juegan todos los juguetes buenos que hicieron felices a los niños. Entre tanto, tal vez la adopte algún otro niño; pero ella sólo se acuerda de Luismi. Por eso sigue llorando y llorando en el rincón oscuro de la casa grande. ¡Feliz año nuevo!

Eduardo de la Hera Buedo

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