A los profetas siempre se les prepara una cruz a la medida de sus espaldas.
¿Quiénes serían “profetas” hoy?
Los profetas son llamados por Dios y enviados a hablar en su nombre. Denuncian y anuncian. Son “videntes”: es decir, “las ven venir”. Abren caminos al futuro, porque saben leer en profundidad las situaciones del mundo presente...
Los profetas viven con intensidad la vida, no navegan entre las nubes. ¿Piensan ustedes que, si Cristo hubiera estado en las nubes, le hubieran crucificado?
Los profetas han aprendido, a la luz del Espíritu de Dios, a interpretar en clave crítica los valores del mundo presente. No ven cosas distintas a las del común de los mortales; ven las mismas cosas, pero con una mirada distinta. No hablan lenguas arcanas. Se les entiende todo; pero perciben y expresan el sentido latente del lenguaje común. No prefieren u optan por la ruptura. Como dice Augusto Cavadi (hermoso libro el suyo, Ser profetas hoy) los profetas sólo se resignan a la “ruptura”, después de haber buscado y luchado apasionadamente por la fraternidad o comunión con el mundo.
El profetismo es el alma de la Biblia. Cristo con su cruz es el gran Profeta. El que fue levantado en el Calvario y al que Dios resucitó “al tercer día”, ejerció de Profeta y quiso un pueblo de profetas.
¿Dónde está la Iglesia en este momento?
No hace mucho escribí aquí mismo sobre esta época nuestra, tan escéptica y mentirosa que ha perdido la esencia de lo verdadero y bueno de la vida. Época de tácticas e intereses de todo tipo. Por eso hay que abrir espacios, en la Iglesia, al profetismo. Duela o no. Y puede doler mucho, ya que la mentira anda repartida, camuflada y legitimada.
Hay una mentira solapada en el lenguaje que se nos impone. Se buscan circunloquios, para huir de la verdad. Antes el robo era “robo” (o sea, “sustraer lo ajeno contra la voluntad de su dueño”); hoy al robo se le llama “márgenes de ganancia”, “réditos coyunturales”, “justas compensaciones a tanto esfuerzo no reconocido”. Hay palabras que se han arrinconado deliberadamente, para no hablar de lo que significan, ya que incordian y rechinan con lo políticamente correcto.
La corrección política llevó a Cristo a la cruz.
Los profetas van a tener mucho trabajo. Si hablan a favor de la verdad, se tienen que enfrentar a las mentiras legitimadas desde el poder: los poderosos esconden las verdaderas razones de sus actos (las guerras que hacen, los pueblos que deshacen, las empresas que cierran). Mentiras legitimadas desde los “medios de comunicación”. Las radios y televisiones no lo cuentan todo: filtran, enmascaran, silencian. Distraen con historietas frívolas.
Hoy, ejercer de profeta es hablar y obrar a favor de la justicia: o sea, abrir un espacio a lo justo y ponerse al lado de los pobres. Quien se coloca al margen de la justicia, se coloca al margen de Dios y su Reino. Y a favor del Reino de la Paz, donde los niños crezcan sin que les baile el horror a las bombas en la mirada.
El profeta, además, se distingue por la vida que lleva: vive sobriamente. Como Cristo. Todos piensan que sería justo comer menos, contaminar menos, derrochar menos; pero todos esperamos que sean los
otros quienes empiecen a cambiar de vida. Ciertamente, la cruz nunca anduvo lejos de los profetas. La cruz y la Pascua son nuestra más honda alegría.
Eduardo de la Hera
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