Es propicio el verano para dejarnos recuerdos con la arena de la playa como decorado. Pero las playas dan para mucho. Y estas fotos -de Yannis Behrakis para la agencia Reuters- nos muestran lo que sucedía en la isla griega de Kos... a mediados de agosto.
Los protagonistas: refugiados sirios. Y la palabra “refugiados” tiene su importancia. No son personas que vienen atraídas por los oropeles -muchos de ellos falsos- de la vida europea... Son personas que vienen huyendo. Que escapan del horror. Que deben ser acogidas. Porque así lo manda el Derecho... y la decencia.
Mucho te debe mirar la muerte a los ojos... para dejar tu casa, tu pueblo, tu país, tu historia... y jugártela... para llegar a Europa por Grecia, Italia o España. Y si te quedan fuerzas... tirar para arriba. Y salir con lo puesto... y con estas criaturas... en los brazos.
No hace mucho escuchaba a una madre siria decir que “merecía la pena” echar a andar, hacer miles de kilómetros, pagar a las mafias lo que hubiera que pagar... y montarse en una de esas chatarras flotantes que llegan a Lampedusa. Era una “única” posibilidad de morir... pues quedarse en Siria... eran muchas... a diario.
Y mientras tanto... Europa... mirando hacia otro lado. Preocupada de vallas, de alambres de espino, de sellar los eurotúneles... y haciendo regateos miserables con el “derecho de asilo”... y los refugiados que “estamos dispuestos a asumir”.
Cuando miro a estos niños - que gracias a Dios están vivos- y miro a mi hijo... doy gracias a Dios por no tener que tomar decisiones como estas. Pero también siento vergüenza.
Pidamos a Dios ayuda para que nuestros corazones se reblandezcan. Para ver en cualquier ser humano... a un hermano. Para que podamos mirar a nuestros hijos... y a estos otros hijos... sin tener que agachar la cabeza.
Domingo Pérez
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