Santos y beatos deberían movernos en la Iglesia no sólo a recordarlos, cuando celebramos su día en el calendario, o a cubrirlos de elogios en panegíricos de ocasión, para después olvidarlos el resto del año. Mucho menos, para hacerles una artística imagen de madera o de escayola, subirlos a una hornacina, ponerles una vela o cuatro flores de trapo y, después abandonarlos a su suerte.
Santos y beatos nos deberían estimular siempre a retomar con impulso y coraje renovados los programas de vida y acción que a ellos les llevaron, en su tiempo, a empujar hacia el futuro el plan que Dios tiene sobre el mundo. Santos y beatos son compañeros de viaje o de peregrinación. Fueron peregrinos, como nosotros. Experimentaron dudas, vacilaciones, tropiezos; pero se fiaron de Dios...
El 19 de octubre le toca ser beato a uno de los Papas más sabios y prudentes que la Iglesia ha tenido en la segunda mitad del siglo XX: Pablo VI.
El beato Pablo VI (Juan Bautista Montini) ha pasado a la historia contemporánea por ser el Papa del Concilio Vaticano II: un Concilio que a los más jóvenes cada vez les queda más lejano y a los mayores nos suena tan familiar que sin él -pensamos- la Iglesia andaría hoy más despistada o desorientada.
Desde la misma pasión por la Iglesia que movió la vida de Pablo VI, y desde mi conciencia de que hemos de ser humildes (aunque también audaces y emprendedores) -como él- quisiera apuntar un par de propuestas importantes para esta hora de la Iglesia en España y en el mundo.
Primera propuesta: una evangelización o nueva misión para esta España nuestra que no se parece en nada (o muy poco) a la que había antes del Concilio.
No valen moldes viejos, a los que tantas veces nos aferramos, para encarar la nueva y compleja situación que estamos viviendo: “A vino nuevo, bota nueva” (bota de “beber vino”, naturalmente y no de “pisar al vecino”).
¿Se han desarrollado todas las fuerzas e iniciativas que Pablo VI y el Concilio proponían de cara a la evangelización?
Los Papas posteriores han seguido insistiendo en la prioridad de “evangelizar”. No deja de ser elocuente que una Exhortación Apostólica, como la Evangelii Nuntiandi, que Pablo VI sacó a la luz hace casi cuarenta años y después de un Sínodo, siga estando de actualidad. El Papa Francisco tiene claro que los misioneros de hoy debemos urgentemente “salir”: o sea, “ir a las periferias”, a las fronteras, allí donde la misión es urgente. Pero no pensemos solo en la Patagonia. Las “periferias” están aquí, al lado de casa. Nuevas pobrezas y miserias nos cercan: materiales y espirituales. Ustedes mismos las conocen.
Y segunda propuesta: recuperar la imagen de una Iglesia “experta en humanidad” (como decía el beato Pablo VI). Ser muy humanos para ser también cristianos. Cuanto más humanos, más divinos -decía san Ireneo de Lyon. Sin un diálogo humilde, claro y decidido con el mundo de hoy, poco podemos hacer. Pablo VI fue el Papa del diálogo, orientado hacia todos los frentes: hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia, con las otras Iglesias no plenamente unidas y con el mundo contemporáneo, con no creyentes y creyentes de otras religiones. No otro fue, también, el espíritu del Concilio Vaticano II.
Me hubiera gustado preguntarle a él, tan tímido, qué pensaba de una posible “beatificación”. Aunque le estoy oyendo decir: “Me da igual; pero si es para bien del pueblo de Dios...”.
Eduardo de la Hera
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