Fue don Antonio Machado el que nos dejó la coplilla aquella: “Españolito que vienes al mundo / te guarde Dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”.
¿Cuántas Españas hay? Algunos dicen que no hay dos, sino dos mil, y que intentan convivir como pueden. Algo de esto es verdad.
¿Existe todavía la “España de cerrado y sacristía” como en el siglo XIX? Desearía que no. Pero lo que sí existe, hoy, es la España del “rompe y rasga”: la España de la confusión, de la mezcla de auténticos valores ciudadanos con opiniones muy distintas (y encontradas) que hasta pueden convertirse en leyes...
Pero hay otras mil Españas: está la España de “peineta y pandereta”, de “soleá y seguidilla”, que tanto gusta a los turistas, mezclada con la España de la hamburguesa, del rock y del “spanglish” costero y playero.
¿Y qué me dicen ustedes de la España que consume alocadamente televisión rosa, tertulias gritonas: la tres, la cinco, la sexta, la otra...? ¿Se trata de la misma España?
Está también la España clerical y la anticlerical. No se asusten, si les digo que la una camina cerca de la otra (clericalismo y anticlericalismo suelen andar muy próximos). Está la España de la vela, la procesión y la del garrote, la del palo y la violencia que con tanta maestría pintó don Francisco de Goya.
Está la España que pone todo el progreso en tener tres o cuatro teléfonos móviles en casa, dos o tres televisores, pero ningún libro, a no ser de adorno. Otra es la España futbolera y gritona de casi todos los días de la semana. Y otra (¿o es la misma?) la España ruidosa de los “puentes”, domingos y fiestas de guardar, botellón incluido.
Sigan atentos a la pantalla, porque aún existen otras Españas. Está la España de las derechas y de las izquierdas, de los “progres” y de los “retros”, la de los “recortes” y la de la “oposición” (¿o son la misma España, bailando el agua al neoliberalismo económico?).
¿Y qué decir de la España de las autonomías, nacionalidades e independentismos? Hay una España que quiere ser España; hay otra, que dice que se quiere ir, y otra que se lo está pensando. Y luego está la España monárquica, la España republicana, la España ácrata y la de aquellos a quienes todo da igual: o sea, más o menos, como siempre.
Hay todavía (y perdonen la tabarra) otras Españas que se autocomprenden y dividen (¡qué ingenuidad!) por la radio que oyen o por los periódicos que leen. Está, además, la España eternamente adolescente, la de los jóvenes (cada vez más adolescentes) y la España de los mayores (cada vez más mayores) que dormitan y envejecen solos en las residencias. Y si no están en ellas, es porque la pensión de su jubilación la necesitan los hijos para ir tirando. O para seguir viviendo como vivían.
La España de los dos pisos (más apartamento playero) trata de convivir con la España de los eternos alquileres, de las hipotecas y del paro. La España de los comedores sociales y de Cáritas, camina al lado de aquellos que dicen: “¿Dónde está la crisis?”.
¿Cuál de estas Españas acabará por helarnos el corazón?
¡Ah, me olvidaba! Está -¡cómo no!- la España de los que no dicen “España”, sino “país” (con minúscula) a todas horas. Parece que la palabra España les produce urticaria. A no ser que juegue “la Roja” y no pierda, porque, si pierde, amenazan con quitar la bandera del balcón para que “se fastidie España”. Y gane siempre.
Eduardo de la Hera
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