Todos o casi todos nos consideramos dignos para gobernar y con cualidades para dirigir a los otros. Todos o casi todos, creemos disponer de unos derechos con los que podemos criticar, juzgar y condenar a los que nos gobiernan.
Y esto, igual en el campo y mundo terrenal, que en lo religioso y mundo del espíritu. Con la misma ignorancia y atrevimiento criticamos a los políticos, como ahora condenamos los gestos del Papa, nuestro Papa Francisco.
Saber gobernar es mucho más serio de lo que parece, decían los clásicos, como saber criticar es de muy pocos. ¡Con qué facilidad condenamos! ¡Con que ligereza hablamos y sentenciamos a los que nos gobiernan sean obispos o alcaldes de ciudad o de pueblo!
San Juan de Ávila escribió en 1564, una carta larga, muy larga, a Don Francisco Chacón que era asistente en el reino de Sevilla. En la carta escribe: “Y por esto aún en lumbre natural halló Platón y otros filósofos que el hombre cuerdo no debe buscar, ni pedir, ni desear oficio de regir a otros; y que por muchas partes buenas que para ello tenga por solamente injerirse al oficio, es hecho indigno de él, y por el mismo caso se le debe negar”. ¡Admirable!
Trata de razonar sus afirmaciones y aduce estos argumentos que el lector, la lectora, pueden someter a juicio: “Cosa recia es que, siendo tan dificultoso negocio alcanzar un hombre las virtudes que ha menester para sí solo, cual experimentan los que las quieren alcanzar, y lo tienen por fácil los que no ponen las manos en el arado para reformar su corazón, sea un hombre tan atrevido, que piense cumplir con lo uno y con lo otro, o sea tan malo que para ganar a otros se pierda a sí mismo”.
Está muy claro para san Juan de Ávila. Antes debe uno santificarse a sí mismo y luego conseguirá santificar a los demás. Antes debe uno saber ser obediente y buen súbdito y luego aprenderá a gobernar a los demás.
Aconseja: “Fin del buen gobierno es hacer virtuosos a los súbditos”. “El amor es necesario al que gobierna”. Finaliza la carta con unos “avisos particulares”, de lo que trataremos en otra ocasión.
Germán García Ferreras
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