La Fundación Grupo de Estudio sobre Sistemas Europeos de Valores (European Value Systems Study Group) suele realizar macro-encuestas en los países de la Unión Europea. Algunas de ellas han puesto de manifiesto lo que ya sabemos: el persistente retroceso de la religiosidad en el viejo continente. Sobre todo, el abandono de la práctica sacramental.
Pido prestados los datos al profesor González Carvajal. Dice él que el número de europeos que acuden regularmente al templo ha descendido del 34% al 27%. En España (el país que más ha cambiado de entre los estudiados) el descenso ha sido bastante mayor: del 53% al 35%. Si se mantuviera este ritmo en años próximos, pronto los templos quedarían prácticamente vacíos.
Hace ya algún tiempo, un autor francés llegaba a contabilizar, en las librerías, cerca de 250 títulos que hablaban con inquietud sobre el futuro del cristianismo. Uno de los más difundidos se titulaba provocadoramente: “¿Somos los últimos cristianos?”. Su autor era un teólogo dominico, Jean-Marie Tillard, que empezaba su reflexión pasando revista a los motivos por los que planteaba esta pregunta. Todos estos motivos saltan a la vista.
El padre Tillard, muerto en el año 2000, ha sido un teólogo y pensador inquieto con hermosos libros sobre la Iglesia y la cultura de hoy. Él, tan riguroso en sus análisis, se mostraba, en este punto, poco optimista. Aun cuando los datos, ofrecidos por Tillard, están tomados del contexto eclesial canadiense (de donde es él), dichos síntomas son semejantes a los que vemos por estos pagos. Dice él: “Las sillas y puestos de las iglesias están cada vez más vacíos y ocupados por personas cuyos cabellos son siempre más blancos, de tal modo que se suprimen parroquias, porque, además, los seminarios se van quedando desiertos...”. El paisaje nos suena, ¿verdad?
Al menos hasta ahora, se trata de un problema exclusivo de Occidente (y ni siquiera de todo Occidente, se da sobre todo en Europa y Canadá). En otros países (Latinoamérica, no tanto Brasil) parece que siguen aumentando los cristianos en general y los católicos en particular. Es verdad que, en algunos lugares, el cristianismo aumenta debido al crecimiento vegetativo, aunque también por algunos regresos a la fe.
Pero en Europa, además del descenso de la práctica religiosa, tenemos el problema del descenso de natalidad. En estos días hemos sabido que dentro de pocos años aquí, en España, las defunciones superarán a los nacimientos. En algunas provincias, como en Palencia, descenderá fuertemente la población. No hay proporción entre muertes y nacimientos. En las parroquias decimos: no hay proporción entre funerales y bautismos.
Algunos se han consolado pensando que el cristianismo acá, en Europa, al dejar de ser una realidad impuesta por los convencionalismos sociales, será menos numeroso, pero también más personal y comprometido. Si fuera así, sería un consuelo. Pero desgraciadamente, las encuestas no confirman esta hipótesis. Más bien, por el contrario, se está generalizando lo que González-Anleo llamaba la “religión light”: una religiosidad cómoda, a la carta, poco exigente, que coexiste sin problemas con convicciones y estilos de vida escasamente compatibles con la ortodoxia y ortopraxis cristianas.
El “salir” con el evangelio a los caminos y plazas parece una urgencia. El Papa Francisco lo ha llamado “ir a las periferias”. O “nueva evangelización”. Pero no para volver a la reconquista, sino a la sencillez y transparencia del mensaje cristiano. Sin lastres, ropajes ni envolturas que lo falseen o compliquen innecesariamente.
Eduardo de la Hera
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