La Navidad vuelve siempre. ¿Saben por qué? Porque el Niño aquel sigue con nosotros. Ha crecido el Niño aquel ¿Y qué nos dice el Niño, ya crecidito?
Si le dejamos hablar nos dirá pocas cosas. Todas, esenciales. Por ejemplo, nos dirá que el futuro son ellos: los niños. Y nos preguntará por el mundo que les estamos dejando. Nos preguntará por la mesa que les estamos preparando.
Sobre la mesa de cualquier comedor, esta Navidad, no sólo deberíamos poner los platos para la cena. Por supuesto, ninguna mesa sin comida. Nunca. Pero pongamos también sobre la mesa de Navidad los platos de la educación, de la cultura y de la fe.
He dicho de la fe. Hablemos de Dios con la misma naturalidad con la que hablamos, cuando nos referimos a los regalos de los niños. Dios es el mejor regalo. Y viene siempre. Pero solo, si le abrimos la puerta.
¿De qué se habla en Navidad? Como siempre, de aquello en lo que se cree. ¿Pero en qué creemos de verdad, más allá del consumismo?
Lo sencillo, lo cotidiano, aderezado con mucho amor, es lo mejor. Créanlo, papás, abuelos y demás familia: los niños ya se hartaron de juguetes. Créanlo, es así. Ahora necesitan otra cosa. Pues bien, el futuro sigue siendo de ellos: de los peques ya nacidos y de los que esperan nacer. Ellos son el mañana.
¿Nacer? Sí, claro, nacer es el primero entre todos los demás derechos. Al menos, en el orden cronológico. ¿De qué le sirven los demás derechos a quien no le respetaron el primero y más fundamental de todos: la posibilidad de abrir los ojos a la vida?
Una vez que pusimos los pies en esta tierra, tenemos ya más probabilidades de levantar cabeza. Y hasta de echar a correr para librarnos de la miseria. Pero, primero, nos tienen que colocar con amor en algún lugar. Y facilitarnos unos medios para salir adelante. Los mínimos indispensables. Entre lo más indispensable está el derecho a tener padre y madre. Yo no querría haber nacido en un laboratorio. Pero ni siquiera en la campanilla de una flor, como en los cuentos de hadas.
Es indudable que, hoy, los futuros padres (él y ella), con la que está cayendo, lo tienen crudo y difícil. Ellos lo saben. Por eso se lo piensan. Nuestros muchachos, cada día, se casan más mayores. A veces, cuando pueden ser fecundos, prefieren “vivir la vida”. O dicen no estar preparados. O se asustan, porque la sociedad no les proporciona suficientes facilidades para formar un hogar estable. Tienen razón en esto último.
¿Un bebé cambia la vida de una pareja? Sí, claro; pero se la cambia para algo mejor. Un bebé complica la vida, pero la reconduce, y la lleva por caminos de superación, alegría y esperanza. Ellos, las pre-mamás y los pre-papás, se tienen que animar; pero la sociedad (todos) se lo deberíamos facilitar.
El mañana, ¿está encerrado en el vientre de una madre? Sin lugar a dudas. Pero también, en la responsabilidad de un padre.
Todo ocurre como en aquella primera Noche Buena. Cuando Dios decide abrazarse a las tormentas de este mundo. Maravilloso misterio. Como para ponerse de rodillas, y adorarlo en el silencio, mientras la noche y la nieve cubren nuestros campos y montañas.
Amigos y amigas, ¡feliz Navidad!
Eduardo de la Hera
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