Los periódicos nos cuentan los pelotazos dados por “los cien mil hijos de la picaresca”: o sea, políticos, sindicatos, prohombres de la cultura (¿de qué cultura?), banqueros, etc. Individuos varios. Unos, otros y los de más allá. El último invento consiste en “desviar dineros”. Es como si a usted le dieran un dinero para comprar una casa (un suponer) y usted lo empleara en excursiones a Disneylandia (otro suponer). O en comprarse un coche de oro macizo (algo improbable, conociéndole a usted).
Sin ir más lejos, hoy dicen los noticiarios que ciertos avispados, aprovechando las oportunidades que ofrecía estar en el poder, compraron al ICO (Instituto de Crédito Oficial) diez inmuebles por debajo del valor de tasación y sin concurso. Eran socialistas con pocos escrúpulos. Podían haber sido de otro color político. La picaresca en España es toda una praxis y hasta un género literario que viene de lejos. Al menos, desde el siglo XVI en que se publicó “El lazarillo de Tormes”. El lazarillo era un santo al lado de los pícaros de hoy.
Desviar dineros se ha convertido en praxis habitual. Por ejemplo, algunos sindicatos. Lo que se destinaba a la formación de parados y autónomos, ellos lo desviaban a financiar gastos varios (pagar sueldos a empleados de alto y bajo nivel, hacer regalos para compensar servicios, organizar cenas). Preguntados, dicen que esto les parece normal. ¿Normal?
Las radios y los periódicos, cada día, derivan en crónicas de sucesos con corrupciones que cansan por reiteradas e indignan por lo que tienen de robos sin escrúpulos. Ahora un magistrado, condenado por prevaricación (llamado también el “juez estrella”) se ofrece al PSOE, junto con “otras personalidades”, “para derrotar a la derecha”. Así sin más. No para sanear a la patria común e indivisible. Como si la izquierda descendiera blanca e inmaculada del Olimpo de los dioses. ¡Qué gran ejemplo darían a los votantes, si se unieran en lo que verdaderamente importa a España!
Algunos señores (y señoras), que han hecho de la política un “modus vivendi”, más aún que han sido imputados frecuentemente (y algunos condenados) por pisar rayas rojas, no se contentan con estar quietos, callados, haciendo penitencia. Vuelven siempre. ¿Y a qué vuelven? Pienso que en cuanto los focos de la actualidad se olvidan de ellos, les entra la “depre” y regresan con la careta de carnaval puesta, para que no los reconozcamos. Pero les reconocemos enseguida, porque no se han arrepentido de nada, y vuelven a caer en los mismos pecados. Dicen que una debilidad la tiene cualquiera. Cualquiera que puede soportarla. Cierto electorado seguramente ya no lo soporte más.
A las siete artes tradicionales habría que sumar esta de “desviar dineros”. Y colocarla después de la “danza”, hermoso y ancestral arte, tan viejo y tan nuevo como el mundo. Quiero decir que “desviar dineros” tiene mucho de danza artística, si entendemos por arte (sensu lato) el de hacer bailar al dinero de un bolsillo a otro. Del bolsillo de un ricacho al de otro tan rico como el anterior. Porque ya se sabe que el oro tiene preferencias. Casi nunca va a parar al bolsillo de los pobres. Busca bolsos bien forrados, para no perderse, y no los bolsos agujereados de los pobres.
El dinero baila, sí. Se desvía del camino, pero sabe a dónde va. Tiene ojos, pero sólo se fija en los mismos bolsillos. Es caprichoso, pero sabe de dónde viene y a dónde va.
Tengan paciencia. Allá cuando llegue Navidad, a lo mejor el dinero se equivoca de bolsillo y a ustedes les toca el gordo de la lotería. Dicen que la lotería es ciega. Menos mal. Si les toca, lo celebraremos.
Eduardo de la Hera
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