«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús». Así empieza la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium en la que el Papa Francisco recoge los trabajos del Sínodo dedicado a La nueva evangelización para la transmisión de la fe (Octubre de 2012). El texto, que el Santo Padre entregó a 36 fieles, durante la misa de clausura del Año de la Fe, es el primer documento oficial de su pontificado, ya que la encíclica Lumen Fidei fue escrita en colaboración con su predecesor, el Papa Benedicto XVI.
«Quiero dirigirme a los fieles cristianos -escribe el Papa- para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años». Se trata de un fuerte llamamiento a todos los bautizados para que lleven a los otros el amor de Jesús en un «estado permanente de misión», venciendo «el gran riesgo del mundo actual», el de caer en «una tristeza individualista».
El Papa invita a «recuperar la frescura original del Evangelio», encontrando «nuevos caminos» y «métodos creativos», a no encerrar a Jesús en «esquemas aburridos». Es necesaria «una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están» y una «reforma de estructuras» eclesiales para que «todas ellas se vuelvan más misioneras». El Papa piensa también en «una conversión del papado» para que sea «más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización». En esta renovación no hay que tener miedo de revisar costumbres de la Iglesia «no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia».
Signo de la acogida de Dios es «tener templos con las puertas abiertas en todas partes» para que los que buscan no se encuentren «con la frialdad de unas puertas cerradas». «Tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera», así, la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia». El Papa reitera que prefiere una Iglesia «herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia... preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente... es que tantos hermanos nuestros vivan» sin la amistad de Jesús.
El Papa indica las «tentaciones de los agentes pastorales» (individualismo, crisis de identidad, caída del fervor...) y exhorta a no dejarse vencer por un «pesimismo estéril» y a ser signos de esperanza poniendo en marcha «la revolución de la ternura». Es necesario huir de la «espiritualidad del bienestar» que rechaza los «compromisos fraternos» y vencer «la mundanidad espiritual» que consiste en «buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana». El Papa habla de los que «se sienten superiores a otros» por ser «inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado» y, «en lugar de evangelizar lo que se hace es... clasificar a los demás», o de los que tienen un «cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción» en las necesidades de la gente. Se trata de «una tremenda corrupción con apariencia de bien... ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales!».
Lanza un llamamiento a las comunidades eclesiales a no caer en envidias ni en celos «dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras!». «¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?». Subraya la necesidad de hacer crecer la responsabilidad de los laicos, mantenidos «al margen de las decisiones a raíz de un excesivo clericalismo». Afirma que «es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia», en particular «en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes». Los jóvenes deben tener «un protagonismo mayor». Y frente a la escasez de vocaciones afirma que «no se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de motivaciones».
Sobre la inculturación, recuerda que «el cristianismo no tiene un único modo cultural» y que el rostro de la Iglesia es «pluriforme». «No podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia». El Papa reafirma la «fuerza activamente evangelizadora» de la piedad popular y alienta la investigación de los teólogos, invitándoles a llevar en el corazón «la finalidad evangelizadora de la Iglesia» y a no contentarse con «una teología de escritorio».
Se detiene «con cierta meticulosidad, en la homilía» porque «son muchos los reclamos que se dirigen en relación con este gran ministerio y no podemos hacer oídos sordos». La homilía «debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase», para decir «palabras que hagan arder los corazones», huyendo de «una predicación puramente moralista o adoctrinadora». Recalca que «un predicador que no se prepara no es “espiritual”; es deshonesto e irresponsable». La predicación debe ser positiva para que dé «esperanza» y no nos deje «encerrados en la negatividad». El anuncio mismo del Evangelio debe tener características positivas: «cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena».
Sobre los retos del mundo contemporáneo, el Papa denuncia el sistema económico actual «injusto en su raíz». «Esa economía mata» porque predomina «la ley del más fuerte». La cultura actual del «descarte» hace que «los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”». Vivimos en una «nueva tiranía invisible,», de un «mercado divinizado» donde imperan la «especulación financiera, una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta». Denuncia los «ataques a la libertad religiosa» y «las nuevas situaciones de persecución a los cristianos». La familia -prosigue el Papa- «atraviesa una crisis cultural profunda». Insistiendo en «el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad», subraya que «el individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que... desnaturaliza los vínculos familiares».
Reafirma «la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana» y el derecho de los pastores «a emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas... Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social». Afirma que «para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica» antes que sociológica. «Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. «Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres... no se resolverán los problemas del mundo». En esta sentido afirma: «¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad... la vida de los pobres!». Y advierte que cualquier comunidad que se olvide de los pobres «correrá el riesgo de la disolución».
El Papa invita a cuidar a los más débiles: «los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados» y los migrantes, por los que exhorta a los países «a una generosa apertura». Habla de las víctimas de la trata de personas y de nuevas formas de esclavitud: «En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda». «Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia». «Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección» están «los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana». «No debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión... No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana».
El Papa afirma que para la construcción de una sociedad «en paz, justicia y fraternidad» hay que mantener cuatro principios: «El tiempo es superior al espacio» significa «trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos». «La unidad prevalece sobre el conflicto» quiere decir obrar para que los opuestos alcancen «una unidad pluriforme que engendra nueva vida». «La realidad es más importante que la idea» significa evitar que la política y la fe se reduzcan a la retórica. «El todo es superior a la parte» significa aunar globalización y localización.
«La evangelización -continúa el Papa- también implica un camino de diálogo» que abre a la Iglesia para colaborar con todas las realidades políticas, sociales, religiosas y culturales. El ecumenismo es «un camino ineludible de la evangelización» pues es importante el enriquecimiento recíproco. Y contra el intento de privatizar la religión en algunos contextos, afirma que «el debido respeto a las minorías de agnósticos o no creyentes no debe imponerse de un modo arbitrario que silencie las convicciones de mayorías creyentes o ignore la riqueza de las tradiciones religiosas». Reitera así la importancia del diálogo y de la alianza entre creyentes y no creyentes.
El último capítulo está dedicado a los «evangelizadores con Espíritu», que son aquellos que «se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo» que «infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente» .Se trata de «evangelizadores que oran y trabajan» ,conscientes de que «la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo» : «Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás». «En nuestra relación con el mundo -precisa-, se nos invita a dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan». «Sólo puede ser misionero -añade- alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros»: «si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida». El Papa invita a no desanimarse ante los fracasos o la escasez de resultados porque la «fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada»; «sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria».
La Exhortación concluye con una oración a María «Madre del Evangelio». «Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño».
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