Cuando alguien dice que “los negocios son los negocios” y pone cara de no haber roto un plato, échense ustedes a temblar. O pónganse en lo peor. Y lo peor es esto: quien dice “business is business”, tiene claro que por encima de los negocios no hay nada. Sólo la opacidad y el lucro. Lucro, con frecuencia, sin límite, desmedido, compulsivo.
Pues bien, por encima de los negocios sí hay algo; está Dios, que es Alguien. Y está, también, la dignidad de los hijos de Dios, que no es una bagatela. Y está su Ley (la ley de Dios) tan vieja y tan nueva como el Decálogo, cuyo séptimo mandamiento reza así: “No robarás ni estafarás al prójimo”.
“Business is business”. Sí, y la ética social es la ética social. No se puede negociar salvajemente con engaños y corrupciones, aparcando principios y deberes elementales. O mirando sólo al lucro individual por encima del bien común. Las operaciones económicas están sometidas a la Ley divina. Pero no sólo; también deben regirse por la ley natural, la que dice: “No hagas a otros aquello que otros no querrías que te hicieran a ti”. Y deben regirse por leyes humanas justas, si es que no vivimos en la selva.
“Business is business”. Negocios lícitos reclaman medios lícitos. No “pelotazos” diversos. No corrupciones en cadena. Se supone que el que negocia con buen ojo, busca el rendimiento de lo que invierte; pero esto nada tendría que ver con el robo. Ni con el descalabro financiero de otras empresas, a las que se intentaría anular con medios poco limpios. Esto debe ser así, salvo que el mundo de los negocios se nos convierta en la selva del Orinoco, donde, según nos cuentan, impera la “ley del más fuerte”. Unos se devoran a otros, y sobreviven los que tienen las uñas más afiladas y el morro más grande. O sea, los gorilas de gran volumen.
Por tanto, “negocios son negocios” como fórmula absoluta de conducta y no supeditada a otras consideraciones, no puede ser de recibo. Las leyes de un país tienen que perseguir “ciertos negocios”. No escudarse en la liberalización económica. O en no sé qué libertades.
Leo en la prensa que los 200 españoles más adinerados suman (ellos solitos) una fortuna de 135.000 millones de euros. No pongamos en cuestión la honradez de nadie. Pero está bien que conozcamos dónde van a parar los dineros de los que contribuimos a sufragar los gastos del Estado. Y ahora que ya sabemos lo que gana el rey y otras altísimas dignidades españolas, ¿por qué no empezamos a conocer la retribución de directivos, consejeros, banqueros y demás familia? ¿Por qué no vamos a poder saber, al menos, el sueldo de los que controlan ciertas empresas públicas a cuyos gastos contribuimos, sin ser clientes, los ciudadanos de a pie?
Mucho me temo que por aquí hay muchas preguntas que van a seguir sin respuesta. Y es que “business is business”. Ya lo dicen algunos: El “Niño” más esperado no es el que viene de camino en cada alumbramiento familiar. Ni siquiera el Niño Jesús a quien hemos celebrado en la Navidad. El “Niño” más esperado es el de la lotería que lleva este nombre. Y a algunos toca sin echar. Ni siquiera arriesgar. Con solo alargar la mano al misterioso cajón del despacho en cuyo sillón se sientan todos los días.
Eduardo de la Hera Buedo
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