lunes, 27 de julio de 2015

Deshojarse, como las rosas en el verano

¿Cómo seguir siendo fieles a Cristo y a la Iglesia en invierno y en verano? Catolicismo para todo tiempo, como la piel que nos envuelve y el corazón que nos empuja.

Vivimos una crisis de identidad sin precedentes. Nos preguntamos “quiénes somos”, y ya casi ni nos sabemos contestar. Pactamos con tantas cosas que vamos perdiendo identidad, pureza y coherencia. Vivimos bajo el signo del “todo vale”.

¿Podemos seguir siendo católicos hoy?
El católico tiene planteado un problema de identidad en un mundo revuelto, cambiante y atropellado. Una cierta confusión ha oscurecido valores y preguntas.

Tomás Moro se avergonzaría un poco de nosotros. Tomás Moro, gran Canciller de Inglaterra con Enrique VIII, murió decapitado, oficialmente degradado y proscrito, por ser fiel a su conciencia católica. Sostuvo la fe contra todo y contra todos, en un momento en que la Iglesia de Inglaterra no dudó en pactar con lo más abyecto.

La sociedad, sobre todo en Europa (y aquí en España con especial virulencia), va dejando aparcado el catolicismo en el desván de los abuelos. Diríase que algunos se quitan el ropaje católico ya sin ningún pudor. Más aún, cualquier vendaval deshoja nuestras convicciones como las rosas en el verano.
¿Saben por qué? Porque a no pocos el catolicismo les parece irrelevante. De la fe católica, para muchos, sólo queda la fiesta del pueblo con sus tradiciones y manifestaciones: su procesión, su misa y su jolgorio. Ni siquiera los valores que pregona la Iglesia les parecen ya a muchos relevantes e importantes. Unos les aparcan, porque no son “comerciales” para vivir esta vida en la que hay que pactar con todo (y con todos) si se quiere sobrevivir. Y otros les tienen olvidados, porque les parecen valores antiguos, propios del “ancien régime”.

De la auténtica Semana Santa, por poner otro ejemplo, permanecen las tradiciones sostenidas por las Cofradías penitenciales. Todo ello, compatible con la ausencia de fe. Me refiero a la fe fiel, constante, profunda. Pero, sobre todo, me refiero a la gran ausente: a la fe compartida en una comunidad viva. Debemos saber que, sin una comunidad (mejor, si está asentada en una plataforma parroquial), la fe católica se convierte en algo subjetivo. A la postre, una creencia con menú a la carta.

La sociedad sigue indiferente, cuando no hostil a “lo católico”. Los medios de comunicación (periódicos, televisión, redes sociales) contribuyen a esta hostilidad con sus formas superficiales de presentar lo religioso: sobre todo, si es católico. Lo islámico ejerce la fascinación del peligro y de lo que se desconoce. Hasta el punto de que para ciertas minorías se presenta más atractivo y combativo que el catolicismo.

Algunos son la excepción (y ello les honra) en este panorama que -les aseguro- no está en mi imaginación. Basta con abrir los ojos y mirar, fijarse en lo que hay.

¿Desalentarse? No. Pero a los católicos de esta hora se nos pide, entre otras, tres actitudes imprescindibles (las tres con la letra f): primera, f de fidelidad a Cristo y a su Iglesia; segunda, f de formación (no basta con la fe del carbonero, en un mundo en que es necesario dar razón de lo que se cree); y tercera, f de fecundidad a través de obras que testimonien lo que llevamos en el corazón.
De lo contrario, la fe sin tierra ni riego se deshojará como las rosas en el verano. Tronchadas por esos vendavales que sólo dejan los tallos desnudos.

¡Buen verano y feliz descanso!

Eduardo de la Hera

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