miércoles, 15 de octubre de 2014

Santa Teresa de Jesús: la Conversión y la Oración

El 15 de octubre comenzamos el Año Jubilar de Santa Teresa de Jesús, con motivo de cumplirse el quinto centenario de su nacimiento, un año para meditar sobre sus enseñanzas como doctora de la Iglesia y una ocasión para renovar nuestra vida espiritual, según el camino que ella nos propone para alcanzar la santidad, el encuentro con Dios. En su libro Las moradas, que también puede denominarse El castillo interior, considera el alma como un castillo medieval donde hay muchos aposentos. En el centro del castillo, está la estancia principal en la que el alma se encuentra por fin a solas con el señor del castillo, con Dios. Para ir avanzando a través de los siete aposentos que conducen a su encuentro, la llave es la oración, que nos va haciendo pasar de un estadio a otro. Durante todo este Año Jubilar iremos recorriendo, a través de nuevas catequesis, conferencias y actos litúrgicos este itinerario que nos puede llevar, con la gracia de Dios, a un avance decisivo en nuestra vida espiritual. Los primeros pasos en esta aventura religiosa (mansiones primera a tercera) son, según Santa Teresa, el deseo de abandonar el pecado, tanto mortal como venial (conversión), y el perseverar en la oración en la presencia de Dios.

El despertar hacia Dios: la conversión.
La conversión a una vida de santidad, o la renovación de esa conversión según los casos, comienza lógicamente por el abandono del pecado mortal. Pero, igual como nos ocurre frecuentemente a nosotros, Santa Teresa, aunque había entrado en el convento de las carmelitas de la Encarnación de su ciudad natal, se acomodó con el tiempo a una vida espiritual rutinaria que encerraba muchas concesiones a lo mundano y a la vanidad, lo cual le impedía un verdadero progreso en el camino hacia la unión con Dios. Al meditar lo que Cristo había sufrido por ella, pidió fervientemente la gracia de la conversión profunda, lo cual hizo que reemprendiera el camino espiritual. Este despertar hacia Dios fue en 1554, cuando Teresa de Ávila tenía cuarenta años.

En el libro de su Vida, nos enseña que descuidarse respecto del pecado venial bloquea gravemente todo progreso espiritual: «de los veniales, -nos dice-, hacía poco caso, y esto es lo que me destruyó» (Vida 4, 7). Señala que ello fue en parte a causa del consejo “liberal y permisivo” que le dieron algunos sacerdotes de su época. Hay verdaderamente una inclinación en todos nosotros a buscar consejos que nos dejen seguir nuestros deseos egoístas.


Teresa de Jesús hace una distinción muy importante entre pecado venial deliberado, libremente escogido, y pecado venial que no es deliberado ni libremente escogido. Cuando la Sagrada Escritura dice que el justo «cae siete veces y se levanta» (Prov 24, 16), ella entiende que se refiere a la persona justa que inadvertidamente comete siempre pequeños pecados veniales. Estos pecados, reconocidos, no obstaculizan el camino espiritual. Al contrario de lo que ocurre cuando nos decidimos conscientemente a cometer pecados que, aunque no sean graves, contradicen la voluntad de Dios sobre nosotros. Por eso, tomar la decisión de no cometer nunca libremente el más pequeño pecado es un punto crucial en el camino de la perfección. Como nos dice la santa, escoger libremente cometer un “pequeño” pecado no es realmente una cosa pequeña, si estamos tratando de vivir una vida agradable a Dios. Además, el no apartarse de personas, situaciones o lugares que nos podrían incitar a pecar debilitan nuestro propósito de resistir al pecado y evitarlo en lo posible, impidiendo así nuestro progreso.

La oración como «tratar de amistad con Dios».

La importancia para el progreso espiritual de una vida de oración es innegable. Teresa de Jesús reconoce lo importante que son la meditación y la oración para el crecimiento de la vida espiritual, pero también reconoce lo difícil que puede ser el concentrarse. En su propio caso, durante más de catorce años no podía meditar sin la ayuda de un libro.

Ella define la oración diciendo que «no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,5). En su obra Camino de perfección aconseja a sus monjas: «Tratad con él como con padre, y como con hermano, y como con señor, y como con esposo: a veces de una manera, a veces de otra» (CP 28. 3, 4). Insiste mucho en el carácter de relación y encuentro personal con el Señor que debe tener todo tipo de oración y en la importancia de ser conscientes en todo momento de a quién estamos hablando cuando oramos.

Los comentarios de Teresa de Jesús sobre la oración recuerdan al método que alterna oración y lectura, llamado tradicionalmente lectio divina o lectura orante de la palabra de Dios. Se trata simplemente de tomar un texto de la Sagrada Escritura, leer hasta que nuestra mente y nuestro corazón están elevados al Señor y entonces reflexionar en oración sobre lo leído, hablando al Señor sobre ello, o simplemente estando en su presencia. Cuando nuestra mente se distrae, volvemos a la lectura hasta que nos hemos concentrado otra vez, y entonces dejamos el libro y nos volvemos de nuevo hacia el Señor por la meditación y la contemplación, aplicando finalmente el texto a nuestra vida.

Ella nos anima a un coloquio espiritual con un Dios que es totalmente humano y totalmente divino. Así nos dice: «El alma puede presentarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada humanidad y traerle siempre consigo y hablar con él, pedirle para sus necesidades y quejársele de sus trabajos, alegrarse con Él en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad» (Vida 12. 2).

Dos pasos, pues, para iniciar, o reiniciar, en este año jubilar de Santa Teresa, un camino de perfección para el encuentro con Dios: evitar el pecado, no sólo el pecado mortal, sino incluso el pecado venial consentido y deliberado y practicar diariamente un tiempo de oración, leyendo la palabra de Dios, meditándola y hablándole de ella y de nuestra vida a nuestro Señor Jesucristo.

+Esteban, Obispo de Palencia

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