viernes, 17 de octubre de 2014

Saah Exco


Me encantan los perros. Os lo digo de corazón. Fiel compañero. Capaz de seguir a su amo fallecido hasta la tumba. A menudo pienso que los perros demuestran más amor por el ser humano que muchos seres humanos por otros seres humanos. Así que dicho esto... lamento la muerte del perro de la auxiliar de enfermería infectada por el Ébola. Y dicho esto... no me entra en la cabeza que haya seres humanos que se movilicen más por la muerte de un perro... que por la de cientos de seres humanos que mueren como perros. Porque así es como están muriendo muchos seres humanos. Hermanos nuestros.

El mismo día que moría en Madrid un perro... fallecía en las calles de Monrovia un chavalín. Saah Exco. Diez añitos. Solo y tirado en la calle. Después de que varios hospitales se negasen a cuidarle. Su imagen dio la vuelta al mundo el 20 de agosto cuando varios fotógrafos le inmortalizaron desnudo y solo en las calles. Un huérfano más. Como otros cientos. Niños sin padres. Vulnerables a la estigmatización... y rechazados por la familia que les queda. Vulnerables al hambre, a la desnutrición, a la violencia. Condenados.

La de Saah Exco es una muerte indigna, cruel, infame, inhumana... Tirado en el suelo y rodeado de gente que mira... pero sin tocar. El miedo es un enemigo muy poderoso. Y os podría enseñar la foto del final del chavalillo. Pero me niego. Su memoria exige respeto. Y oración.

Así que mejor... os dejo con el Papa Francisco y sus palabras de Lampedusa: «También hoy esta pregunta se impone con fuerza: ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Ninguno! Todos respondemos igual: no he sido yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente yo no. Pero Dios nos pregunta a cada uno de nosotros: “¿Dónde está la sangre de tu hermano cuyo grito llega hasta mí?”. Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!».

Domingo Pérez

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