Esta historia que les voy a contar, a las puertas del verano, cuando muchos de ustedes preparan vacaciones, sigue siendo actualidad, aunque ocurrió hace ya algún tiempo. Sería una historia divertida, si no fuera tan triste y lamentable.
Tarde de fútbol. Roma hervía de “hooligans”. Un equipo extranjero visitaba la ciudad eterna. Un batallón de “teppisti” (gamberros) dejó la Plaza de España inundada de botes de cerveza, papeles grasientos y vomitonas a discreción. No había empezado el partido y muchos ya estaban borrachos. Los más atrevidos orinaron sobre la monumental barcaza, obra del inmortal Pietro Bernini. Algunos, armados de martillos, desmocharon y destrozaron a placer la genial obra de arte.
Anoten ustedes lo que dijo el jefe de estos energúmenos: “¿Y qué importa que hayamos hecho “pipí” sobre este monumento? Roma entera es un monumento”. Al energúmeno le salió la vena cursi, cuando le llevaban a la comisaría, y dijo así, “pipí”. Como le había enseñado su abuela siendo niño. Le salió a flote la inmadurez infantil. Pero ustedes anoten esto otro que también dijo: “¿Por qué se enfadan los romanos? Todavía les queda mucho arte. Si nos multan, nos meamos también en el Coliseo”. Es como decir: “A nosotros nos da igual una obra de arte más o menos”.
Roma, en el pasado, sufrió saqueos, terremotos e inundaciones. Roma afrontó bombardeos, violencias e incendios (algunos, peores que el de Nerón). En el año 1972, hubo un loco que, al grito de “soy Jesucristo” y armado con un martillo, mutiló en la basílica de San Pedro a la Piedad de Miguel Ángel.
Por si fuera poco, Roma sufre cada día la contaminación de un tráfico endiablado; pero ahí sigue su monumentalidad. Resiste el arte en sus calles, iglesias y museos, atestados de turistas. Decía Tagore que hay personas (y ciudades, añado yo) que ofrecen flores a cambio de insultos. Las flores de Roma son sus basílicas, sus plazas y sus fuentes.
Sin embargo, lo mejor de una ciudad, más allá de su monumentalidad, es su hospitalidad. Roma, Madrid, Palencia y otros muchos lugares son hospitalarios. Sólo por esto podemos seguir creyendo en las personas. ¡Cómo se agradece, cuando preparas tus vacaciones, saber que, vayas donde vayas, vas a ser bien acogido!
Dios que es gratuito, también es bello. Y Él nos da todo por nada. Más aún, nos sigue amando a pesar de las agresiones diarias que experimenta su santo Nombre (véanse yihadistas, caricaturistas y blasfemos de grueso calibre). ¡Pobre humanidad!
Pero, volviendo a la exhumada noticia de los hooligans, aterra lo que dijo el Jefe de la Policía romana: “Bastante hacemos con evitar las muertes humanas”. En España -recuerden- no se pudo evitar el que un grupo de exaltados arrojara al río Manzanares a otro exaltado, abandonándolo allí a su suerte. Y su suerte fue la muerte.
Es verdad: lo primero son las vidas humanas. Pero no nos contentemos solo con salvar vidas. Hagamos algo, también, por salvar el arte y todo lo bello, bueno y verdadero que aún nos queda en esta vieja y cansada Europa. Conservemos y mejoremos el patrimonio cultural que hemos heredado. De lo contrario, volverán los vándalos. Ya están ahí.
No es noticia que la policía, cada vez que hay competiciones futboleras de “alto riesgo” confisquen a centenares de descerebrados toda clase de cachiporras, cuchillos y armamentos. No son los “ragazzi di vita” de las películas de Pasolini. No lo son. Son los “tifosi”, los “hooligans”, los gamberros de turno. Bien alimentados y hasta con dinero para viajar. Pero no tomen esta historia como mera anécdota. Es el síntoma pestilente de que algo se ha podrido en nuestro mundo. Como decía el dramaturgo inglés: “Algo huele a podrido en Dinamarca”.
Eduardo de la Hera
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