¿Nos hemos preguntado por qué Jesús de Nazaret escandalizaba fuertemente a unos y a otros? Escandalizaba, sorprendía y provocaba. Esto era así, hasta el punto de que tenía desconcertados a no pocos, que le cuestionaban insistentemente: «Y tú, ¿con qué autoridad haces estas cosas?» (Mt 21, 23).
Pero ¿cuál era el problema que esta gente tenía con Jesús? ¿Quizá los milagros que hacía? Parece que no, ya que eran, sobre todo, curaciones y gestos de cercanía, como darles de comer en el desierto. En realidad el problema que escandalizaba era que hasta los demonios le gritaban: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» (Lc 4, 41). El escándalo de Jesús era su autoridad, el “derecho” con que él se presentaba sobre la Ley de Moisés: «Habéis oído que se dijo, pero yo os digo...». Hasta 6 veces se repite esto en el capítulo 5 de San Mateo. Este es el meollo de lo que extraña y escandaliza de Jesús. Él es el Dios encarnado, la Palabra viva del Padre, la voz de Dios entre los hombres. Jesús llega a decir: «El Padre y yo somos uno» (Jn 10, 30).
Pues bien, este “escándalo” es el que vamos a celebrar en la Navidad. En cada Navidad que adviene después del Adviento. Celebraremos el escándalo de la fe en la Encarnación. Pero si la fe no escandaliza o provoca, deja de ser fe. Los “descafeinadores” de la Navidad nos tienden trampas, pero no temamos en “escandalizar” con el mensaje navideño. Anunciémoslo integro, que es muy hermoso. Sin silenciar nada. El Papa Francisco lo hace de maravilla, y escandaliza a los liberales de derechas, a los radicales de izquierdas y a los paniaguados de centro.
Lo que escandaliza de la predicación de la Iglesia es el misterio de la Encarnación delVerbo, además del misterio y paradoja de la Cruz. Cuántas veces se oye decir: “Pero, vosotros cristianos, sed un poco más normales; sed como las otras personas, ¡sed razonables! No seáis exagerados: ¿Dios se ha hecho hombre? Celebrad la Navidad, si queréis, hablando de la familia, de la solidaridad, de los pobres, pero no nos vengáis con monsergas: ¿Si Dios existe, va a venir a esta tierra? Con estos mensajes y predicaciones os vais a quedar solos... ¡allá vosotros!”.
El mundo de hoy podrá creer en los valores cristianos por ser profundamente humanos. No es poco, si es así. Pero la gran verdad de nuestra fe (la que da sentido a todos estos valores) es la verdad de la Encarnación. Esta, como el resto de los misterios cristianos, constituye un obstáculo para muchos razonables ciudadanos de nuestro tiempo. Y hasta para no pocos razonables y selectos católicos.
La fe en el Dios humanado sigue siendo “skandalon” (“piedra de tropiezo”, en griego). Así ocurrió “en aquel tiempo”. Así sigue ocurriendo hoy. Pero hay una curiosa bienaventuranza: «¡Bienaventurado el que no se escandalice de mí!» (Mt 11, 6).
Un libro del dominico P. Tillard se titula: “Carne de la Iglesia, carne de Cristo”. Dice el Papa Francisco que «tocar a los pobres es tocar la carne de Cristo». O sea, abrazar a los pobres es tocar la carne del Hijo de Dios hecho hombre...
¡Esto es Navidad! Cristo no es el Hijo de Dios con una envoltura corporal postiza (como el celofán de los regalos). El misterio que adoraremos y celebraremos de rodillas en la Navidad del 2016, es el ingreso definitivo de Dios en la accidentada historia humana.
A partir de aquí, podemos descorchar una o cien botellas de buen vino, y lo que haga falta. Pero no convirtamos las celebraciones navideñas en algo dulzón y descafeinado. Algo que termina hartando.
¡Feliz Navidad cristiana para todos!
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