Escribo estas líneas a las puertas del Corpus Christi. Día de la Caridad. Fecha recordatorio de lo que deben ser los 365 días y noches del año.
Me cabe el honor de estar presente en el grupo de Cáritas de mi parroquia, y debo decir que estoy admirado de los que animan mejor que yo la caridad en la comunidad cristiana: cómo conocen al barrio y las necesidades de la gente. Todo puede mejorar, pero ellos sí que escuchan y atienden hasta donde se puede y llega el dinero que recogemos y compartimos. Me consta que así ocurre en otras muchas parroquias.
Una cosa tenemos clara: Cáritas no está sólo para “repartir alimentos”, aunque es una tarea que deba hacer. Hoy, deberíamos atender también a otros frentes. Decía Pablo VI, en 1972, a Cáritas italiana: «Por encima del aspecto puramente material de vuestra actividad, debe sobresalir una prevalente función pedagógica».
¿Qué quería decir el Papa?
Para atender debidamente a los excluidos, debemos prestar atención a los que hacen algo por ellos. Cuidar a los que cuidan a otros. Educar y educarnos en clave cristiana. Como Jesucristo, que utilizó una fina pedagogía para acercarse a los que sufren toda clase de carencias: falta de alimentos, de vestido y medicinas; falta de cultura, de salud y de acompañamiento. ¡La soledad es, hoy, una de las peores carencias!
En el corazón podrido de las sociedades opulentas, en el corazón infartado de las sociedades del bienestar, en tiempos de paro y crisis, Cáritas debe plantar la bandera del desinterés, de la denuncia y generosidad cristianas. Hoy necesitamos voluntarios que sean cristianos. Y muchos cristianos que sean voluntarios.
Cáritas, sin ambigüedades, debe testimoniar el evangelio de Cristo. Y debe recordar a todos que la fe o se hace operativa por medio de un amor generoso y desinteresado, o estamos a años luz de lo que Cristo nos pide. Dice san Pablo: «La fe actúa por medio del amor» (Gal 5, 5-6). Una fe individualista que nos aleje de las necesidades del prójimo, cuanto menos es una fe dudosa, mutilada, parcialmente entendida.
El amor con el que Dios nos ama, debe hacerse signo eficaz, inequívoco, de la cercanía y atención a los pobres. El amor gratuito, fiel y duradero que el Padre Dios profesa a sus hijos, debe convertirse en los creyentes en acción, vida y compromiso de cara a los hermanos, sobre todo cuando se trata de atender a los necesitados.
Pero se debe ir educando la fe desde niños para traducirla, luego, en obras de caridad. Un cristiano no debe retroceder ni un palmo a la hora del compromiso con los necesitados y de las víctimas de sistemas y personas corruptos.
Hoy me parece ya superado el discurso sobre si caridad o justicia, sobre si la justicia es lo primero y la caridad viene después. Para los cristianos la justicia es la otra cara del “ágape” o del amor cristiano. Caridad y justicia van de la mano. Son cara y cruz de la misma moneda. Una no debe oscurecer a la otra.
Se ha hablado también de la “fantasía de la caridad”. ¿Qué quiere decir esto de la “fantasía”? Algo así: hoy debemos ser imaginativos, diligentes, alegres y decididos, cuando se trata de ir hacia los pobres.
¿Recuerdan la parábola del Buen Samaritano? Aquel hombre fue generoso e imaginativo. Todo lo puso en juego para atender al que, apaleado, había quedado desangrándose al borde del camino. Olvidado, en la vía pública.
Eduardo de la Hera
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