Suelo escribir apuntes de los acontecimientos en una libreta, así, con un bic cualquiera. “Hecho de vida”, lo llamamos en la Acción Católica, para que la vida no nos pillara por sorpresa, para que no nos dejáramos llevar de la primera impresión, o del sentimiento masa, o de lo políticamente correcto. De vez en cuando, me gusta revolver los cuadernos, apilados desordenadamente porque me niego que desaparezcan de mi vida en un estante-papelera, de esos que llenamos de libros, cedés o videos... como muertos ya olvidados. Yo no quiero que esos escritos desaparezcan para mí, sino que los quiero vivos porque son parte de la realidad que me conformó o hirió algún día el corazón.
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«Lunes 26 de mayo, resaca electoral. ¡Hemos ganado! -eso dicen todos-. Plaza de correos, en Palencia. Miré al reloj, las 12:47 ¡en punto! En una de las marquesinas de la parada del bus, dos personas parece que discuten. Un hombre de mediana edad, sentado (casi desparramado) y una mujer mayor, de pie, frente a él. Fue todo cuestión de segundos. Por lo visto, ella necesitaba dinero para subir al bus, él se lo discutía con vehemencia. Al final, sacando de su monedero una pieza de 20 céntimos se la arroja, como comida para perros, entre sus esparrancadas piernas. Corrí para no hacer agachar a la anciana y poderla entregar la migaja en la mano, pero la viva gitana se me adelantó al desprecio. Él, con una satisfecha indiferencia, seguía fumando la mitad de un entrefino, como el que había hecho ya la obra buena del día.
No pude por menos que indignarme, pero la santa tolerancia -bien enmarcada en el pudor y el miedo- me impidió decirle dos cosas bien dichas a aquel individuo que, con trazas de cacique inca en silla gestatoria, ocupaba todo un banco, pensado para al menos tres personas. Volví a casa indigesto de tanta magnanimidad, de tan sobrada esplendidez en formas arcaicas, y no tanto en el tiñoso contenido. Bien creí que tan desdeñada actitud sólo existía en las películas sobre Calígula o Nerón. ¡Y pensar que estamos en los albores del siglo XXI!
Quizás esto sólo sea un botón de muestra y se hayan acabado ya las existencias. ¡Dios me oiga! Pero dice mucho de actitudes no educadas que permanecen arraigadas como sanguijuelas en nuestro acerbo (y no lo escribo con v) paisanaje.
En pocos años hemos evolucionado mucho, es verdad. Nos hemos preocupado por el desarrollo y el mayor bienestar, pero quizás hemos olvidado la educación del corazón. En la campaña electoral hemos visto y oído de todo, incluso algunos han perdido los papeles cuando se han salido de la moderación. No me refiero a los candidatos, que en algún caso también, sino sobre todo a nosotros, los electores, en nuestras conversaciones de familia o de amigos (con los otros uno no suele hablar de estas cosas que comprometen). He descubierto familias enfrentadas y rotas por las cuestiones políticas, incluso pueblos divididos. Gente que ha dejado de hablarse y tachan de ilusos, usurpadores, aprovechados, demagogos, o caciques... a los “amigos” de antes. Muchos jóvenes miran con ira a los otros. Se reúnen por tribus y se arrojan las mismas visceralidades unos a otros. No hay espacio para la escucha y menos para la acogida.
Pretendidamente aquí todos tenemos razón, todos pensamos, actuamos y luchamos por el bien de la sociedad, de los otros. Todos pretendemos que nuestro proyecto es el mejor. Todos hablamos con las mismas palabras pero con distintas realidades y no nos entendemos.
Creo que nos conviene un profeta Ezequiel que nos convoque a salir de este exilio y nos despierte de este sueño al que estamos ya acostumbrados. Vivimos como los exiliados de Babilonia que adaptados a la situación habían perdido toda esperanza de regreso, el gozo de la conversión. Quizá debemos comenzar a ilusionarnos por el cambio radical, que no es sólo modificar la manera de ver las cosas, sino de sentir, de pensar o de querer. Es construir los cimientos sobre el que podemos juntos apoyar nuestras vidas; es la búsqueda de unidad para resolver juntos nuestros problemas, lo de todos; es crear espacios de razonabilidad para debatir, concretar y crear las ideas; es hacer proyectos revisables, por pequeños que sean, para el bien de todos; es construir sobre bases sólidas una sociedad y no crear espacios tribales donde vivan sólo los míos, aunque habitemos la misma ciudad; es ser creativos y salir de la aburrida monotonía de siempre lo mismo; es compartir con empeño para que a nadie le falte lo esencial si le ha mirado la desgracia; es crear cauces de justicia para todos, que nos protejan y nos defiendan; es levantarnos y caminar pensando en todos, en una palabra renacer».
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Y pensar que esto lo escribí el lunes 26 de mayo del 2003. Qué coincidencia.
Antonio Gómez Cantero
Administrador Diocesano
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