Amós, las acusaciones de un profeta campesino. Así titula el sacerdote paraguayo José Luís Caravias un artículo sobre el “profeta menor”. Y a fe que tal designación no resulta justa, ya que las palabras de aquel comprometido de su tiempo, no nos dejan hoy indiferentes, dada su talla moral y, por desgracia, su actualidad.
Dice Caravias: «Amós vivió en el siglo VIII antes de Cristo, en una época que fue próspera para algunos sectores, pero funesta para los pobres. Los más poderosos se adueñaban de las tierras de los pobres. Crecía la usura y la corrupción administrativo-judicial. Los pequeños propietarios, en cambio, acababan convertidos en asalariados sin tierra y aun en esclavos (Am 2,6; 2 Re 4,1). Resultado de todo ello era el lujo descarado de unos pocos y la miseria de la mayoría. (...) Frente a tanta inmoralidad social y tanta idolatría justificadora, levanta el campesino Amós su voz. La palabra de Dios le había llegado al alma como “rugido de león” (3,8)». Y continúa: «Amós, en nombre de Dios, desde los campesinos, denuncia duramente el lujo de los comerciantes, que se construyen “casas de piedra tallada” (5,11). (...) Lo más grave es que viven así sin preocuparles para nada la ruina del pueblo (6,6). Todo lo contrario: ellos son la causa de su miseria: “Pisotean al pobre exigiéndoles parte de su cosecha” (5,11); “Yo sé que son muchos sus crímenes y enormes sus pecados, opresores de la gente buena, que exigen dinero anticipado y hacen perder su juicio al pobre en los tribunales” (5,12); “Vosotros sólo pensáis en robarle al kilo o en cobrar de más, usando balanzas mal calibradas. Vosotros jugáis con la vida del pobre y del miserable por un poco de dinero o por un par de sandalias” (8,5s)».
La Biblia contiene palabras consoladoras... también inquietantes. Y en ocasiones los Profetas se expresan con dureza, y advierten sobre temas tan urgentes como necesarios. No podemos silenciarlos.
Tal es el caso de flagrantes situaciones de explotación con las que muchos habitantes del “primer mundo” nos beneficiamos (hace poco supimos, a raíz de un derrumbamiento, en qué condiciones trabajan las gentes de Bangladesh para conocidas empresas de ropa). En este artículo, bajo la estela de Amós, queremos referirnos al campo.
Cuando consumimos leche “barata” y carne “barata” (y no me refiero a consumirlos por necesidad, que es el caso de bastantes familias) debemos plantearnos por qué lo son. Dejando a un lado su calidad o salud -que no es poco- deberíamos saber que resultan “baratos” por la estrechez con que se paga a sus productores. Para tener ejemplos de esto basta con preguntar en nuestros pueblos: este año, bueno para la cosecha, el precio de los cereales se ha reducido a la mitad. Hay quien dice que nos planean otra burbuja, la de la alimentación.
Y nosotros, ¿qué podemos hacer? También se ejerce la generosidad a la hora de comprar. Hay leches, carnes y frutas un poco más caras, pero que se producen en nuestra tierra, las venden pequeños propietarios, no existe un engorde excesivo en su precio. El uso del dinero es asunto cristiano, y lo mismo que nos preocupa en qué gasta el pobre nuestra limosna, resulta hipócrita cerrar los ojos ante el destino de nuestras compras.
El padre Caravias, jesuita, fue amenazado por la dictadura de su país por “hablar alto”... y confiesa que se libró de la muerte por mediación del actual Pontífice (entonces superior provincial). Es de justicia despedir estas letras con una frase reciente del Papa Francisco: «Vivimos las consecuencias de un mundo que tiene como centro un ídolo: el dinero. (...) Es difícil tener dignidad sin trabajar. El trabajo es dignidad, llevar el pan a casa, y amar». ¡Claro que sí! La gente quiere vivir, sólo eso... aunque algunos se empeñen en encarecer nuestra existencia.
Asier Aparicio
Pastoral Social
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