viernes, 17 de febrero de 2012

Una Iglesia para la Reconciliación

El próximo día 22 de Febrero, miércoles de ceniza y comienzo de la Cuaresma, la Iglesia de San Agustín, situada en pleno centro de la ciudad de Palencia, en la Calle Mayor, adquirirá un nuevo carácter, asumiendo una función muy importante en la Iglesia diocesana. Será un lugar casi permanente de administración del sacramento de la reconciliación y de dirección espiritual, a todos los que deseen entrar por sus puertas, abiertas a todos los fieles católicos. Será una Iglesia para la reconciliación y la escucha.

De 10.30 de la mañana hasta las 13 horas y, por la tarde, de 16.30 a 19 horas, de lunes a sábado y, de 10.30 a 13 horas los domingos, siempre habrá un sacerdote experimentado dispuesto a acoger a cuantos deseen confesarse, laicos, religiosos, religiosas o sacerdotes, o a cuantos tengan algún problema de tipo religioso o humano. La concesión del perdón de Dios, la escucha de la persona que busca un consejo o que, sencillamente, desea desahogarse por algún problema, será dispensada a las horas de mayor afluencia de gente en el centro de la ciudad, con competencia y absoluta confidencialidad.


Las puertas de la Iglesia de San Agustín abiertas durante casi todo el día y la seguridad de la presencia en ella de un sacerdote dispuesto a perdonarnos en el nombre del Señor o a escucharnos sencillamente con comprensión y deseo de ayudarnos, es algo que nos puede ayudar mucho en nuestra vida espiritual. Todo esto se une a la gran labor que otras parroquias o comunidades religiosas de la capital ya están haciendo en el mismo sentido y a las que mucha gente acude en busca de consuelo y ánimo de parte de Dios.

Ahora bien, es preciso también reconocer, por otra parte, que el sacramento de la penitencia o de la reconciliación está siendo minusvalorado hoy en día por otras personas que, no obstante, se sienten también miembros de la Iglesia. Se va diluyendo la conciencia del pecado en nuestra sociedad y sólo estamos dispuestos a admitir que a veces nos equivocamos, que en ocasiones hacemos algo que nuestra conciencia nos reprocha o incluso que puede hacer daño al prójimo. Pero el sentido profundo del pecado, especialmente si es un pecado grave, es ante todo una ruptura con Dios y consiguientemente una pérdida de la plena comunión con su pueblo, que es la Iglesia, por lo que no se puede recibir el sacramento de la Eucaristía mientras no se perdone el pecado mortal. A pesar de ello, no por eso algunas personas dejan de comulgar, aunque ya San Pablo, después de narrarnos la última cena del Señor y recordarnos que en la Eucaristía comemos y bebemos el cuerpo y la sangre del Señor, nos advirtió aquello de que “cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva. De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Así pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación” (1 Cor 11, 26-29).

Ciertamente, en este olvido progresivo del sacramento de la penitencia ha influido mucho la pérdida en algunos ambientes cristianos del sentimiento de que Cristo está presente en su Iglesia acogiendo a nosotros, pecadores, a través del poder que dio a Pedro y los Apóstoles y, tras ellos, a los Obispos, sus sucesores, y a los presbíteros en cuanto colaboradores del Obispo, de perdonar los pecados cometidos después del bautismo. A ello se une el esfuerzo que supone reconocer nuestras faltas ante un ministro de la Iglesia o la costumbre en algunas parroquias de tan sólo celebrar el sacramento de la reconciliación dos veces al año, en Adviento y Cuaresma, a través del rito de la celebración comunitaria de la penitencia con absolución individual, tras haber confesado los pecados al sacerdote.
Yo agradezco sinceramente la entrega generosa de los seis sacerdotes, ya jubilados, con una larga experiencia en la dirección de las almas, que se han ofrecido voluntariamente para ejercer diariamente este servicio de escucha y acogida en la Iglesia de San Agustín de Palencia. El ministerio de la reconciliación y la dirección espiritual son elementos indispensables en la misión de todo sacerdote.

En efecto, en la presentación del documento El sacerdote, confesor y director espiritual, ministro de la misericordia divina (Roma 2011), el Prefecto de la Congregación para el Clero, el cardenal Piacenza, afirma: “en la generosa celebración del sacramento de la divina misericordia, cada sacerdote está llamado a hacer experiencia constante de la unicidad y de la indispensabilidad del ministerio que se le ha encomendado; esta experiencia contribuirá a evitar esas ‘fluctuaciones de identidad’, que no pocas veces caracterizan la existencia de algunos presbíteros, favoreciendo el estupor agradecido que, necesariamente colma el corazón de quien, sin mérito propio, ha sido llamado por Dios, en la Iglesia, a partir el Pan eucarístico y a dar el perdón a los hombres”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario