viernes, 22 de septiembre de 2017

Desplumar

Un día, una mujer dada fácilmente a sacar defectos de los demás se fue a confesar con alguien que tenía fama de santo. Aquel confesor escuchó pacientemente a la penitente; después le dijo: “Como penitencia, coge una gallina y recorre las calles más importantes de tu pueblo arrancando lentamente las plumas que soltarás al viento. Después, regresa otra vez a mí”. Aquella señora obedeció. Cuando retornó al confesor, éste le dijo: “La penitencia no ha concluido. Ahora debes volver a andar por las calles y recoger todas las plumas que has sembrado”. “Es imposible”, contestó la mujer. “Así es la murmuración -respondió el confesor- Pequeños juicios sobre otras personas pueden crear situaciones irreparables”.

Esta semana se han cumplido cuatro años de una de las homilías diarias que más me ha gustado del Papa Francisco... la que dedicó, un 13 de septiembre de 2013, en la Capilla de Santa Marta... a hablar de la murmuración. Un mal que no acabamos de desterrar.

Porque, nos decía... “los que viven juzgando al prójimo, hablando mal del prójimo, son hipócritas, porque no tienen la fuerza, la valentía de mirar sus propios defectos. El Señor no dice, sobre esto, muchas palabras. Después dirá, más adelante, que el que tiene en su corazón un poco de odio contra el hermano es un homicida... También el Apóstol Juan, en su primera carta, lo dice con claridad: el que odia a su hermano, camina en las tinieblas; quien juzga al hermano, camina en las tinieblas”.

Y cada vez que nosotros “juzgamos a nuestros hermanos en nuestro corazón -prosiguió- es peor, cuando hablamos de esto con otros somos cristianos homicidas”.

“La murmuración - nos advertía- siempre va en esta dimensión de criminalidad. No hay murmuración inocente”. La lengua, dijo de nuevo retomando al Apóstol Santiago, es para alabar a Dios, “pero cuando la lengua la usamos para hablar mal del hermano o de la hermana, la usamos para matar a Dios, la imagen de Dios en el hermano”.

El Papa pedía para nosotros y para toda la Iglesia, “la gracia de la conversión de la criminalidad de la murmuración al amor, a la humildad, a la mansedumbre, la dulzura, la magnanimidad del amor hacia el prójimo”. Yo lo pido también.

Domingo Pérez

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