jueves, 10 de marzo de 2016

El “primer triunfo” de Domingo: el posadero

Pudiera parecer que, antes de lo que a continuación relatamos, nuestro santo, hubiera perdido el tiempo sin ganar “a algunos para Cristo” en boca de San Pablo. Pero no era así.
 
Vemos al Obispo de Osma Diego y a Domingo de Guzmán, en medio del mundo albigense. Son testigos de los desastres, que estas “nuevas creencias”, causan en los hambrientos y empobrecidos. Han oído testimonios de primera mano tanto de clérigos como del pueblo llano. En el camino se han hospedado en pequeños albergues no demasiado cómodos, aunque todo un lujo que esta embajada real se lo puede permitir con creces.
 
Los albigenses no se distinguían demasiado, en cuanto a sus prácticas religiosas de los que no lo eran, incluso sus “dirigentes” -diáconos, sacerdotes y obispos, sin descontar algún monje que abandonaba su monasterio- no tenían un distintivo que los identificara como apartados de la Iglesia de Cristo. Es más, su rectitud de vida dificultaba reconocer en una población.


Sin embargo, Domingo se encontró una tarde cara a cara con uno de ellos, su hospedero de Toulouse. Quizá lo reconoció por alguna palabra contra la Iglesia o algún comentario al ver, como era costumbre, hacer la señal de la cruz al entrar en una casa. Un testimonio de la época cuenta, como un caballero se santiguó al entrar en el castillo y oyó a otro caballero, murmurar: “¡que nunca me asista semejante señal de la cruz!”. Oír esto en boca de un caballero, que juraba entregar su vida en defensa de su señor y de la fe de Cristo, sonaba como la más grande de las blasfemias.
 
Domingo pidió que su hospedero diese razón de su fe. No podía resistir el dolor que le producía un error tan profundo en la fe del hombre que les daba cobijo y comida. Nuestro santo, olvidándose de la condición de extranjero de paso, con la dificultad de la lengua -dominaba el latín para los asuntos oficiales, pero en la zona se hablaba el occitano- y olvidándose de la fatiga del camino, que debían reemprender muy de mañana, durante toda la noche mantuvo encendida conversación con su hospedero. Lo fácil hubiera sido castigarlo haciendo uso de la escolta regia.
 
Era un cristiano enredado en mil ideas filosóficas que apenas comprendía. Domingo supo desenredar las incoherencias del discurso cátaro y poco a poco, iluminó a aquel hombre, que no se pudo resistir ante el castellano que hablaba desde un corazón, lleno de misericordia y compasión. Se hizo el día y Domingo salió gozoso por haber ganado un nuevo hermano, conmocionado por la toma de contacto con la herejía, y animado por este primer éxito apostólico fuera de Castilla.

Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo

No hay comentarios:

Publicar un comentario