lunes, 21 de diciembre de 2015

Hacia un desarme nuclear

Es verdad que después de la guerra fría muchos de los grandes arsenales de armas nucleares han sido desmantelados y sobre todo Rusia y los EEUU han sido quienes que más han colaborado en las reducciones. A pesar de este signo de esperanza no se puede negar un terrible hecho: todavía existen en el mundo más de 25.000 armas nucleares. Miles de ellas podrían ser lanzadas en pocos segundos. El peligro de que el material caiga en manos de terroristas o países con líderes políticos sin escrúpulos está creciendo. Es insoportable y moralmente injustificable que se utilicen estas armas como disuasión, como arma política -así lo explican y así lo han defendido siempre- para la seguridad y protección del propio país.

En cuanto a la Iglesia Católica, de los muchos documentos que se puede señalar en relación con este tema del desarme nuclear, queremos destacar aquí dos: 

1. La constitución pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II declara expresamente que «toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo» (GS 80). Además los padres conciliares afirman que la política de una disuasión nuclear es un equilibrio muy frágil y cuestionable y que de ninguna manera se trata de una paz auténtica. 

2. Por su parte el papa Benedicto XVI lo formulaba de modo muy claro en su Mensaje para la Paz del 1 de enero de 2006: «Junto con innumerables personas de buena voluntad se puede afirmar que este planteamiento (sobre la disuasión nuclear para garantizar la seguridad de un país) además de funesto, es totalmente falaz. En efecto, en una guerra nuclear no habría vencedores sino sólo víctimas». Y añadió algo muy importante: «Los recursos ahorrados de este modo (un mundo sin armas nucleares) podrían emplearse en proyectos de desarrollo a favor de todos los habitantes y, en primer lugar, de los más pobres».

En los últimos años el papa Francisco ha cuestionado y denunciado en numerosas ocasiones y documentos (cf. por ejemplo la exh. apost. Evangelii Gaudium y la última encícl. Laudato Si) las causas de tanta injusticia y desigualdad en el mundo.

En una homilía en la Capilla de Santa Marta, el día 19 de noviembre 2015, el papa lamenta que «el mundo no ha comprendido el camino de la paz» y se pregunta: «¿Qué queda de una guerra? Ruinas, miles de niños sin educación, tantos muertos inocentes y tanto dinero en los bolsillos de los traficantes de armas».

Estará claro que se necesita una auténtica conversión de corazón, un desarme de corazón, además de una profunda re-estructuración de “una economía que mata” (tanta exclusión social, tanta guerra, tanto hambre) hacia una economía al servicio de las personas, al servicio del bien común. También es imprescindible, en un mundo cada vez más peligroso, que el desarme nuclear sea un tema prioritario y urgente en la agenda de la comunidad política internacional. Finalmente deseamos que la fuerza del mensaje evangélico haga desaparecer de la faz de la tierra esta gran amenaza de la destrucción masiva con armas nucleares. Que nunca tengamos que sufrir la pesadilla insoportable de un invierno nuclear después del cual ya no será posible la vida. Que Cristo arroje su luz sobre nosotros y nos guíe en el camino verdadero hacia un mundo donde no nos gobierne y no nos esclavice una “cultura de la muerte” (de la que se aprovechan unas élites “invisibles” e intocables), sino que reine la paz y la justicia para todos los habitantes del orbe.

Pastoral Social
Área de Derechos Humanos

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