miércoles, 15 de enero de 2014

Una necesidad... ¿un negocio?

Asistimos inermes al desmantelamiento sistemático de nuestras estructuras sociales. Primero fueron los recortes (a “casi” todos los niveles), luego la exclusión o rebaja en el sistema de protección ciudadana (dependientes, inmigrantes, parados...), y al fin hemos tenido que soportar la descalificación reiterada hacia la población más débil bajo la sombra de la sospecha, pues... “tienen lo que se merecen”. En nombre de la libertad individual se desatiende y, peor, se demoniza a quienes más nos necesitan. ¡Una excusa muy antigua eso de lavar las faltas propias mediante “chivos expiatorios”!

No obstante, si hay que buscar culpables, éstos son los que rigen los destinos del orbe, aquellos que desde hace años (incluso antes de la crisis) cambiaron lo de “una necesidad, un derecho” por otra premisa más conveniente e inhumana: “una necesidad, un negocio”. Y no sólo rehúsan arrepentirse, sino que nos empujan a todos a comulgar con ruedas de molino.

Así, se corean hasta la saciedad consignas parciales, trozos de realidad que se elevan a la categoría de dogma. Constataciones de una parte de lo real, no siempre mayoritaria, que revestidas de lenguaje publicitario nos reiteran como mantra: “la gestión pública es ineficaz”, “la sanidad y la educación nos salen muy caras”, “gastamos mucho”, “vivimos por encima de nuestras posibilidades”... Repito, no digo que tales cosas no sean a veces verdad, pero, ¿habrá que matar al hijo por causa de su catarro? Más bien constatamos lo contrario: los que más censuran los excesos se lucran a su costa (escándalos de fraude, corrupción...).


Para todos aquellos que legislaban a su favor, que exigían a otros lo que no cumplían, que despreciaban la moral de sus semejantes, Jesús se reservó unas duras palabras: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque recaudáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello!» (Mt 23, 23-24).

Pero esos que obran en su beneficio, que transforman los derechos en negocio, que ponen precio a todo, que miden a las conciencias por su capacidad de corromperse... no hallarían hueco a sus intenciones de predicar en el desierto. Por desgracia, los que asistimos al desamparo del vecino y lo justificamos en favor de una “economía” que no piensa ni en nosotros, los que encumbramos la ley del máximo rendimiento por encima de la misericordia y el sentido común, los que comulgamos con esa desconfianza generalizada y aun así nos llamamos cristianos... deberíamos preguntarnos en qué Dios creemos. No en el de Cristo que encontraba panes y peces para todos incluso en medio de la escasez, no en el del Maestro carpintero que acogía a ciegos y leprosos sin preguntarles sobre su pecado, no en el del Crucificado que tuvo que sufrir todo tipo de escarnios sin provocar ninguno... y aun así murió perdonando.

Los “amos del mundo” hacen de lo que tocan un espejo de su alma, no al estilo del rey Midas que lo convertía en oro, sino al de los sumos sacerdotes con Judas. Ellos creen que el alma humana es corrupta, que todo está en venta... Y transforman los derechos en beneficio, lo universal en privado. Bajo palabras como “eficiencia” o “calidad” convierten la vulnerabilidad de muchos en posibilidad de negocio.

Concluyo con unas palabras de nuestro Papa Francisco, tan apropiadas como en línea con las de Jesús: «La doble vida de un cristiano es algo tan malo, tan malo... (...) Quien se rasca el bolsillo y da a la Iglesia, pero con la otra mano roba al Estado, a los pobres... ¡Esto es una injusticia! ¡Qué grave es esto para la Iglesia! Porque no viven en el espíritu del evangelio, sino en el de la mundanidad».

Asier Aparicio
Pastoral Social

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