El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres.
«Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna».
Papa Francisco, Mensaje para la I Jornada Mundial de los Pobres.
El domingo 19 de noviembre la Iglesia celebra la I Jornada Mundial de los Pobres. Una invitación del Santo Padre a toda la Iglesia, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para que escuchen el grito de ayuda de los pobres.
El 13 de noviembre de 2016 se cerraban en todo el mundo las Puertas de la Misericordia y en la Basílica de San Pedro el Santo Padre celebraba el Jubileo dedicado a todas las personas marginadas. De manera espontanea, al finalizar la homilía, el Papa Francisco manifestó: «Precisamente hoy, cuando hablamos de exclusión, vienen rápido a la mente personas concretas; no cosas inútiles, sino personas valiosas. La persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas que pasan. Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte; es para preocuparse, cuando se adormece la conciencia y no se presta atención al hermano que sufre junto a nosotros o a los graves problemas del mundo... Hoy, en las catedrales y santuarios de todo el mundo, se cierran las Puertas de la Misericordia. Pidamos la gracia de no apartar los ojos de Dios que nos mira y del prójimo que nos cuestiona... especialmente al hermano olvidado y excluido, al Lázaro que yace delante de nuestra puerta. Hacia allí se dirige la lente de la Iglesia... A la luz de estas reflexiones, quisiera que hoy fuera la “Jornada de los pobres”».
Una Jornada significativa y centrada en los pobres, destinatarios preferenciales de las palabras y gestos salvadores de Jesús y llamados a ser, también hoy, «sin dudas ni explicaciones que debiliten este mensaje tan claro» (EG, 48), los destinatarios privilegiados de la vocación y misión de la Iglesia y los referentes desde los que está llamada a configurar los contenidos de sus proyectos y planes pastorales.
El LEMA que nos propone el Papa es elocuente: «No amemos de palabra sino con obras», recogiendo el imperativo del apóstol Juan que ningún cristiano puede ignorar: «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1Jn 3,18). Debemos salir de un amor con frecuencia manifestado en palabras para dar paso al amor manifestado en hechos concretos, especialmente cuando se trata de amar a los pobres al estilo de Jesús, que amó tomando la iniciativa y dándolo todo, incluso la propia vida (cf. Jn 3,16).
Asimismo, nos apunta dos objetivos para esta Jornada:
- «Estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad».
- Promover una caridad que nos lleve a seguir a Cristo pobre y a un verdadero encuentro con el pobre: «No pensemos solo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de nuestros hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan deberían inducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida». Y así nos da una clave fundamental para el ejercicio de la caridad: los pobres no son solo destinatarios de obras de buena voluntad, son sensibilizadores de nuestra conciencia y de la injusticia social y nos llaman al encuentro y a compartir la vida.
El Papa también propone unas líneas de acción: “identificar de forma clara los nuevos rostros de la pobreza”, “acercarnos a los pobres, sentarlos en nuestra mesa y dejar que nos evangelicen” y “promover encuentros con los pobres e invitarlos a participar en la Eucaristía”.
Es hora de sentarnos con los pobres en la Eucaristía
La parábola de los talentos nos recuerda que todos tenemos necesidades y capacidades. También los pobres tienen bienes y dones que aportar y compartir. Todos podemos sentarnos y compartir la misma mesa. Todos necesitamos encontrarnos en la Eucaristía, que es la que nos configura con Cristo. Por eso, dice el Papa: «Si realmente queremos encontrar a Cristo es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía».
Benedicto XVI nos dice que una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es «fragmentaria» (DCE, 14). San Pablo, de manera más radical, exclama que es «escandalosa» (cf. 1Cor 11,21).
Agrandemos la mesa y que tengan lugar especial, muy especial en ella, los más pobres de nuestra comunidad y de toda la tierra.
Una puerta abierta y dos personas que extienden la mano: una para pedir ayuda, la otra porque quiere ofrecerla. Es difícil comprender quién es el verdadero pobre. O mejor, ambos son pobres. Dos manos tendidas donde cada una ofrece algo. Dos brazos que expresan solidaridad, que incitan a no permanecer en el umbral, sino a ir a encontrar al otro. El pobre puede entrar en la casa, una vez que en ella se ha comprendido que la ayuda es el compartir.
Las palabras del Papa Francisco tienen profundo significado: «Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin “peros” ni “condiciones”: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios».
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