Como bien sabéis, Don Manuel González García, (1877-1940), Obispo de Palencia y antes cristiano y ciudadano de la Iglesia y sociedad de Sevilla, Sacerdote, Párroco de Palomares del Río, Párroco y Arcipreste de Huelva y Obispo de Málaga, fue canonizado por el Papa Francisco el pasado domingo, 16 de octubre de 2016, en Roma, juntamente con otros cristianos proclamados también santos.
SAN MANUEL es el “OBISPO DE LA EUCARISTÍA Y DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS”. Esa es su nota característica.
Nos cuenta en sus escritos la experiencia íntima y profunda que marcó su vida de sacerdote ante el sagrario abandonado, lleno de telarañas, suciedad y soledad, de la parroquia de Palomares del Rio, su primera comunidad a la que fue enviado. Dice: «Allí, de rodillas ante aquel montón de harapos y suciedades, mi fe veía a través de aquella puertecilla a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba... que me decía mucho y me pedía más. Una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio... La mirada de Jesucristo en esos sagrarios es la mirada que se clavó en el alma y son se olvida nunca. Vino a ser para mí como un punto de partida para ver, entender y sentir todo mi ministerio sacerdotal».
Esta experiencia de la mirada de Jesús en la Eucaristía y en la reserva del Sagrario es la que estuvo siempre en su alma hasta expirar el último aliento. Su sepultura en la Capilla del Santísimo de la Catedral de Palencia, la “Bella Reconocida”, recoge la síntesis de su testamento, grabado en piedra: «Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No le dejéis abandonado!».
No pensemos que San Manuel González sólo se preocupó de Jesús en el Sagrario, pidiendo «una limosna de cariño para Jesús Sacramentado, el más abandonado de todos». Sabía, y vivía que Él, el Señor, el que nos dijo «Yo soy el pan de vida» (Jn 6, 48) y «Tomad esto, repartidlo entre vosotros...: esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía» (Lc 22, 17-19), es el mismo que dice también: «Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me disteis de beber tuve sed...; cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos, más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 35 y 40). Fue un obispo, identificado con Cristo, que no sólo comía el Pan de Dios, sino que se hizo pan partido y compartido para los demás, atendiendo a los pobres, promocionando escuelas y colegios en los que educar a tantos niños; un obispo de paz y perdón en aquellos tiempos convulsos y revueltos, un cristiano y un sacerdote espejo de Cristo, el rostro misericordioso del Padre.
Testigos de esta adoración a Jesucristo, presente realmente con alma cuerpo y divinidad en el Sagrario y presente realmente en la carne y sangre de todo hombre o mujer, y de modo especial en los más pobres, abandonados, en los hambrientos, refugiados, parados, los enfermos, los que padecen soledad, en los que no tienen vivienda digna, sanidad diga, trabajo digno, en los descartados de la sociedad, en los que ven su dignidad no es reconocida ni respetada, son sus hijas, las “Misioneras Eucarísticas de Nazaret” a lo largo y ancho del mundo.
Os animo a alegrarnos y dar gracias a Dios por la canonización del que fue Obispo de Palencia desde 1935 a 1940.
Os invito a conocer, amar y seguir esta espiritualidad que San Manuel nos ha dejado en su ejemplo, ministerio, escrito, hijas e, incluso, en su misma tumba, y no abandonar sino adorar a Cristo presente en el Sacramento del Altar, en los Sagrarios de tantos templos, capillas y santuarios de nuestra Diócesis y en todos los hombres y mujeres de la tierra, sobre todo en los más abandonados y solos.
Os invito a alimentarnos con Jesús, con su Evangelio y su Eucaristía, y a ser nosotros y hacernos pan partido y compartido para los demás.
+Manuel Herrero, OSA
Obispo de Palencia