Leemos en la Constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II: «Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. Él es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna... El Espíritu Santo habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos» (LG, 4). Y leemos en el Evangelio: «Id y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15).
Una Iglesia que, por obra del Espíritu Santo, nace misionera y permanece en todas las épocas y lugares de la tierra. Una Iglesia fundada por Jesús para ser universal. Para reunir a toda la humanidad y llevar el Mensaje de la Salvación a toda la humanidad. Una universalidad o catolicidad que implican la pluralidad y la multiformidad. Una diversidad de carismas, que no resulta obstáculo para la más sólida unidad, sino que le confiere el carácter de comunión.
Todo esto -no lo vamos a negar- es un poco lioso. Lo creemos... pero a veces nos cuesta ponerle ejemplos. Pero de repente se plasma en una foto.
Una comunidad que -en Venezuela- se reúne en un día de encuentro, de familia, de comunión de carismas, de acción de gracias. Una comunidad que se reúne en torno a un hombre que nació en Sevilla y que fue sacerdote en Huelva y obispo en Málaga y en Palencia... y una mujer que nació en Albania y que fue monja en la India. En torno a Manuel González que próximamente será Santo y a Madre Teresa que ya es Santa.
En definitiva: «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos» (Ef 4, 4-6).
Domingo Pérez
No hay comentarios:
Publicar un comentario