Fray Domingo tiene las cosas claras, es un castellano recio, y sabe cuál es su objetivo. Aún así, su proyecto no estará exento de dificultades. El obispo Fulco de Toulouse es un gran apoyo pero no valen las buenas intenciones de Domingo o los donativos de la diócesis. Hay que solventar algunos problemas jurídicos de cierta altura.
El IV Concilio de Letrán había prohibido la formación de nuevas “religiones” -nuevas asociaciones de fieles y órdenes- pues trás ellas, en muchos casos, se ocultaban cátaros, que al amparo de la autorización o aprobación se libraban de las sanciones que imponía la justicia civil y eclesiástica.
La aprobación -con terminología actual, de “derecho diocesano”- que había hecho Fulco, era una buena carta de presentación ante Roma. No era fray Domingo un mero predicador itinerante sospechoso de herejía. Domingo y sus primeros “hermanos” los frailes, que hacía tiempo vivían en una comunidad que llamaban “Santa Predicación”, había demostrado sobradamente su fidelidad a la Iglesia y su dedicación exclusiva al Evangelio de Jesucristo. ¿Cómo dejar truncada esta “obra del Espíritu”, por una cuestión de leyes humanas?
El Obispo de Toulouse asiste al Concilio y le acompaña a Domingo, y quizás algunos otros. Inocencio III habla con Domingo, le escucha y a buen seguro, el obispo Fulco, le expone las andanzas exitosas de los nuevos predicadores. ¿Cómo “predicadores”? La predicación es potestad de los obispos, o de sus delegados. Los “éxitos” de la predicación de los obispos y los legados pontificios, engordaban las filas del catarismo.
Lo que Domingo ansía del Papa, es contravenir la norma que prohibía la creación de nuevas órdenes. Ya vimos, que estos predicares se constiyuyen “en colaboradores de los obispos”, y quiere que les conceda el “munus docendi”, la “facultad de enseñar” por la predicación. Y esto era mucho pedir. ¿Acaso no se trataba de vivir de la mendicidad? Pues, había que empezar mendigado.
El Papa, les permite seguir en su labor “diocesana”, pero Domingo quiere llevar el Evangelio “a todos los pueblos de la tierra”. Les autoriza a seguir extendiéndose, pero han de elegir una de las “antiguas reglas de vida”. No había mucho donde elegir. Quería una forma de vida apostólica, que saliera de los muros de los monasterios, y a la vez, una vida común fraterna, según el modelo de los apóstoles... Domingo volverá a sus orígenes en Osma. Allí había vivido bajo la Regla de San Agustín, incluso conocía la regla de los premostratense del monasterio de la Vid. Domingo tenía las bases para construir sobre roca firma su casa de predicación.
Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo
Subprior del Convento de San Pablo
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