Pienso -¿estaré equivocado?- que muchos jóvenes, hoy, viven permanentemente devorados por un incendio social que les afecta interiormente. También los adultos, también. Y hasta los más mayores. Pero en los jóvenes este incendio es como si se viera más. Todo lo que afecta a la juventud se nota y trasciende más...
La juventud es una etapa bella de la vida que puede servir o para incendiar el mundo en una hoguera de sana rebeldía o para consumirse en el fuego de los peores instintos: por ejemplo, el de la ambición de rodearse de ídolos que lo arrasan todo. Ya conocemos la búsqueda materialista del “tener” frente al “ser” y del “atesorar” frente al “compartir”.
Así ocurre con los interminables incendios que han devorado los montes verdes en este verano a punto de irse.
La juventud es la primavera verde de la vida. Primavera y esperanza van juntas. Pero puede haber incendios que arrasen muchas primaveras. Dejadme decir esto: veo a muchos jóvenes devorados por el más atroz de los materialismos. Es verdad que cada momento es distinto. Hoy los jóvenes lo tienen difícil. Su porvenir es incierto. Estudian carreras difíciles que, luego, les conducen al paro y a la emigración. Futuro poco halagüeño como para entusiasmarse.
Hubo, en el año 63, un incendio en Roma, provocado por un tal Nerón (con título de emperador) que arrasó y quemó lo más caduco o decadente del imperio. De aquellas cenizas surgieron los mártires cristianos y toda una civilización nueva. Costó además la sangre preciosa de los santos Pedro y Pablo. Pero sobre el ara de muchas cruces se levantó el cristianismo. Había persecución y muerte, pero los cristianos se multiplicaban en todos los estamentos sociales. El fuego los enardeció...
El evangelio de Jesucristo -su misma persona- era un verdadero incendio purificador en una sociedad podrida, de la que estaba surgiendo un mundo nuevo con valores renovados, capaces de entusiasmar el corazón joven y noble de muchos ciudadanos romanos y de no pocos esclavos que no tenían tal ciudadanía.
Miro, en este momento, alrededor y me deprimo. Hemos visto otros momentos de Iglesia y de sociedad civil en los que los jóvenes, siempre con sus entusiasmos y sus excesos -es verdad- pero se les veía vivos y activos. Entusiasmados. Implicados en movimientos de Iglesia. Metidos en voluntariados. Hoy, el incendio del desencanto tiene a los jóvenes paralizados. ¿Qué mecanismos sutiles los han apresado? ¿El consumismo? ¿El sexo? ¿El éxito de lo fácil?
Hay jóvenes que movilizan las JMJ (Jornadas Mundiales de la Juventud) Y también esperamos ahora, aquí en Palencia, toda una avalancha de jóvenes movilizados por las cofradías penitenciales. El movimiento de masas siempre entusiasma. Pero después la dura militancia cristiana del día a día los echa para atrás. La vocación del seguimiento fiel a Cristo siempre fue difícil. Pero hoy, más difícil. ¿Será un signo de estos tiempos “light”? ¿Será una prueba de fuego?
“Fuego he venido a traer a la tierra -decía Jesús, el Cristo- ¿y qué otra cosa puedo desear, sino que esté ya ardiendo?”. Hablaba evidentemente el buen Maestro del fuego del Reino de Dios, capaz de envolverlo todo en un incendio transformador de valores nuevos y horizontes atractivos para corazones no envejecidos.
¿Apuntarse a este incendio? Sí, merece la pena. Pero hacerlo en la juventud, no después, cuando ya todo pesa en el cuerpo y en el alma...
¿Jóvenes abrasados por el fuego de Cristo, o jóvenes quemados por otros fuegos envilecedores de su propia persona? ¡Sí, esta es la cuestión!
Eduardo de la Hera
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