Desde hace diez años, poco más o menos, los cristianos de Irak, la patria de Abraham, nuestro padre en la fe, están siendo hostigados, perseguidos, asesinados. Se les hace la vida imposible, de forma programada y sistemática, para que se vayan. En realidad, los cristianos estaban allí, cuando aún no había nacido el Islam, pero a los fanáticos esto les da igual.
Las milicias de Al Qaida los arrastran fuera de sus casas, prenden fuego a sus iglesias y fuerzan a las mujeres cristianas a casarse con ellos. En el 2003, residían en Irak más de millón y medio de cristianos. Ahora se calcula que no llegan a 200.000.
Así que, si alguien no lo remedia, acabarán por irse todos. Ya les han dicho que sólo les perdonarán la vida, si terminan por marcharse. ¿Pero qué otra cosa pueden hacer, si quieren sobrevivir?
Por cierto, que también en Siria persiguen, masacran y expulsan a cristianos que estaban allí desde que los apóstoles fundaran las primeras y venerables Iglesias del Oriente.
Hace seis meses, los de la yihad, que ahora se hacen llamar Estado Islámico (o sea, IS, asústense ustedes, si se encuentran con estas siglas), invadieron súbitamente el valle del Nínive y tomaron la ciudad de Mosul, una de las más importantes de Irak. Llegaron allí después de luchar en Siria, como ejército rebelde, contra las tropas gubernamentales de Al-Asad. Pero -según cuentan- lo que les importa verdaderamente es hacerse dueños de los pozos petrolíferos del territorio iraquí. Quien tiene el oro negro (el petróleo) tiene la fuerza y el poder, y ellos saben esto: algo tan viejo como la Biblia. Debemos decir que los cristianos, en un pasado no lejano, han convivido pacíficamente en estos países con el pueblo musulmán. Sólo ahora, cuando han llegado estos monstruos de la yihad, han sembrado discordia, división y miedo.
Lo más curioso es que algunos jóvenes occidentales (franceses, ingleses, españoles), apresados por la propaganda, se están apuntando como voluntarios a la yihad del IS. Es lo que acarrea la ausencia de valores que se percibe en las viejas cristiandades de Occidente. Sin un “por qué” es muy difícil vivir. Ya se nos dijo, años atrás, que cuando el Dios cristiano desapareciera del horizonte europeo, cuando muriera Dios para el hombre, moriría el hombre para sí mismo. Las ideologías violentas se han adueñado del corazón vacío de no pocos jóvenes de nuestro entorno. Y son capaces de irse en pos del primero que pasa y les dice: “¡Ven!”.
Hace poco, el Director de la Ayuda a la Iglesia necesitada se preguntaba: “¿A qué esperan los países de Occidente para hablar de genocidio?”. Un genocidio acontece cuando se masacra o elimina no sólo físicamente a todo pueblo, sino también, cuando se intenta eliminar el alma de dicho pueblo.
Pero, como digo, no sólo en Irak, también en Siria y en Arbil, capital del Kurdistán, los cristianos viven en condiciones miserables: hacinados en tiendas, han perdido sus hogares, sus escuelas, carecen de vida social. Y ocurre lo mismo en otros países del continente africano, islamizados a la fuerza.
Nuestras televisiones y radios, entre tanto, seleccionan las noticias tendenciosamente. No esperen ustedes que nadie, en España (ni en otros países del entorno), ponga el grito en el cielo (pero ni siquiera muevan un dedo) por los cristianos perseguidos. Eso sí, las redes sociales andan, hoy, muy ocupadas en propagandas necias y variadas.
Entre tanto, esperemos que la sangre de los mártires, hoy como ayer, siga siendo semilla de nuevos cristianos.
Eduardo de la Hera
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