(325) Toda autoridad depende de que su ordenamiento, su cohesión y su desarrollo sean ejercidos y fomentados por una autoridad legítima. Corresponde a la naturaleza del hombre, creada por Dios, que el hombre se deje regir por la autoridad legítima [1897-1902, 1918-1919, 1922].
Naturalmente la autoridad en la sociedad no puede proceder de la mera arrogación, sino que debe estar legitimada por el derecho. Quién ha de gobernar y qué régimen político es el apropiado depende de la voluntad de los ciudadanos.
La Iglesia no se vincula a ningún régimen político, sino que establece únicamente que no debe contradecir al BIEN COMÚN.
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