El pasado 5 de febrero, el Comité para los Derechos del Niño de las Naciones Unidas publicó un Informe en el que mostraba su “preocupación respecto al Vaticano y los casos de abusos sexuales a menores”. En este Informe coincidente con las líneas de “tolerancia cero” ya tomadas por la Santa Sede... se aseguraba desconocer el trabajo que ya ha hecho la Iglesia en los últimos tres años. Trabajo que Mons. Tomasi -observador permanente de la Santa Sede ante la ONU- acababa de explicar convenientemente al citado Comité.
Entre otras cosas, el Informe pide a la Santa Sede que “retire inmediatamente a los miembros del clero que hayan cometido abusos sexuales a menores, o se tenga la sospecha de ello, y que los entregue a las autoridades civiles”. Y precisamente esto es lo que se está haciendo desde hace años.
Para no andarme por las ramas, voy a ir directamente al grano. Un solo caso -uno solo- de abuso sexual a menores es mucho. Y un solo caso en la Iglesia es demasiado... es excesivo. Es un escándalo grande, un pecado grave y un delito grave.
Tenemos que reconocer nuestro pecado... y que muchas veces las medidas se han tomado tarde... y que, en ocasiones, se ha optado por la ocultación... Pero también hay que reconocer -y no reconocerlo es faltar a la verdad- que la Iglesia Católica ha pedido perdón y ha tomado medidas. Y el que tenga dudas de cuál es la postura de la Iglesia, puede releer la Carta a los Católicos de Irlanda, que Benedicto XVI firmó el 19 de marzo de 2010. El texto de un Papa... más duro y doloroso... que este que firma ha leído jamás. Donde el Papa emerito decía a los sacerdotes y religiosos que han abusado de niños: «Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y por sus padres. Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de Irlanda y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros hermanos sacerdotes o religiosos. Los que sois sacerdotes habéis violado la santidad del sacramento del Orden, en el que Cristo mismo se hace presente en nosotros y en nuestras acciones. Además del inmenso daño causado a las víctimas, se ha hecho un daño enorme a la Iglesia y a la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa».
Y reconociendo nuestro pecado, que es pecado grave... también hay que reconocer que el 80 % de los abusos se dan en el ámbito familiar, el 15% en el ámbito de la educación... y sólo el 0,01 % en la Iglesia Católica. Esto no es un consuelo, pues repito que un 0,01 % es aberrante. Pero ocultar esta realidad... y pretender transmitir a la opinión pública que este es un problema “sólo de los curas” es falsear intencionadamente la realidad.
Yo soy católico. Por la gracia de Dios. Y esto no me convierte en sospechoso o culpable de nada. Y... “no ser católico” no coloca a nadie “fuera” del problema. La pederastia es una lacra social.
Nuestra atención preferente debe centrarse en las víctimas. Para escucharlas, tratar de comprenderlas, acompañar su dolor, sanar su rencor... Y colaborar con la Justicia para que el delito... tenga su pena. Sin ambages.
Para más INRI y en un ejercicio de desvergüenza... el citado Comité invita, por ejemplo, a la Santa Sede a “reconsiderar su posición sobre el aborto”. Como si la ONU pudiera decidir... sobre estas cosas. Como si la ONU hubiera olvidado lo que dice el Preámbulo de la Convención de los Derechos del Niño: «el niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento».
Domingo Pérez
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