Con José Luis Gago, personalmente tengo una deuda de cariño y de vieja y profunda amistad. Nos han unido diversas realidades vitales. Somos compañeros de carrera, los dos unidos al fundador del Secretariado San Martín de Porres y de nuestra revista “Amigos de Fray Martín” el inolvidable Fray Benigno de la Cruz; los dos colaboradores desde el número 1, modestia aparte, la primera editorial de la revista salió de mi corazón, y en la andadura de la revista hemos sido directores y colaboradores.
José Luis nace en Palencia un 4 de julio de 1934, sus padres Ángel y Eugenia eran una pareja cristiana y abierta; tuvo tres hermanos Angelines, Margarita y Jesús Alberto. Su vida de niño crece a la sombra del Convento de san Pablo de los Dominicos; sus primeros estudios los cursa en Corias, Asturias.
Recibe el hábito dominicano en “su” convento de Palencia e inaugura lo que familiarmente denominamos como “primera bandera”, con el gran y santo maestro de novicios P. José Merino.
La filosofía la cursó en las Caldas de Besaya, Cantabria, ahí tendrá como formador a un hombre que influyó, no poco, en su vida, el P. Bonifacio Llamera. Aquí ya destaca como músico, fue cantor y director de coro. Los estudios teológicos los cursa en San Esteban de Salamanca y allí se ordena de sacerdote.
Su primer destino es Pamplona, aquí estudia lo que será el distintivo de su vida: Periodismo en la Universidad de Navarra y se vincula a la entonces Radio Popular de Pamplona, años mas tarde pasa a Valladolid, donde le encontramos como director de Radio Popular. Radio Popular con otras emisoras de la Iglesia fueron la base de la futura Cadena COPE, de la que fue Director General en los años 1980-83.
Años más tarde reside en Madrid y allí da un salto a TVE en el programa “Pueblo de Dios”. Todo porque José Luis fue un hombre de fácil y caliente palabra, era buen escritor, en su haber tiene “Miniaturas” y un libro de su amigo “Encuentros con Fray Martín” y nos ha regalado una obra sin publicar: “Gracias, la última palabra”.
El P. Gago ha dejado huella: era un hombre trabajador, incombustible. Caballero externa e internamente. Supo dar y darse, tanto, tanto, que un periodista amigo personal lo ha definido “la encarnación del Amor de Dios” ¡Casi nada! Ha llevado su enfermedad y su dolor viviéndolos con serenidad, rezumando bondad y aceptación.
José Luis sorprendía, era sensato, en ocasiones silencioso, y a la par abierto y acogedor. Por eso fue hombre de gobierno, Superior en los Dominicos, Miembro de la Comisión Mixta TVE y Episcopado español. Era hombre delicado porque vivía su fe en gozosa esperanza. Amó a la Orden de Predicadores, a la Iglesia y a los hombres a los que acogía al estilo de San Martín de Porres. Discreto, recibió no pocos premios y homenajes con una gran sobriedad.
Era predicador, de las ondas y del ministerio evangélico. En su vida tuvo una divisa: “La palabra se ha hecho para cuidar la vida”. Estaba poseído de lo que se ha calificado como carisma dominicano: “La fuerza de la Palabra”. Sus palabras eran constructivas, toda una invitación a la gratitud.
Los Dominicos en el quehacer diario, cuando el día atardece invocamos a nuestro fundador Santo Domingo de Guzmán como “Luz de la Iglesia”.
José Luis que nació en Palencia, Tierra de Campos iluminados por el sol, por eso un periodista nos comparte: “José Luis, hubo siempre en ti, en todo cuanto tratabas, una luz que enamoraba, una placidez que obliga a la entrega, una amable puerta abierta por la que nadie podría negarse a entrar”.
Tengo una certeza, lo que escribiste a Fray Benigno de la Cruz él ahora te lo rubrica: “Ven, Fray José Luis, le dijo San Martín al verle llegar. Tú me has dado gloria en la tierra. Yo te adentro en la Gloria del Cielo”.
Eduardo Ruiz O. P.
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