domingo, 10 de noviembre de 2013

El dinero sirve, la codicia mata

El dinero sirve para realizar obras buenas y hacer progresar a la humanidad, pero si se transforma en la única razón de vida, destruye al hombre y sus vínculos con el mundo exterior. Esta fue la enseñanza del Papa Francisco durante la misa del pasado 21 de octubre.

Al inicio de su homilía el Santo Padre recordó la figura del hombre que pide a Jesús que anime a su propio hermano para que comparta con él la herencia (Lc 12, 13-21). Para el Papa el Señor nos habla a través de este personaje «de nuestra relación con las riquezas y con el dinero». Un tema que se representa todavía hoy, todos los días. «Cuántas familias destruidas hemos visto por problemas de dinero: ¡hermano contra hermano; padre contra hijos!». Pues «cuando una persona está apegada al dinero se destruye a sí misma, destruye a la familia».


«El dinero -precisó el Papa- sirve para llevar adelante muchas cosas buenas, muchos trabajos, para desarrollar la humanidad». Lo que se condena es su uso distorsionado... y para ello repitió las palabras de Jesús en la parábola del «hombre rico»: «El que atesora para sí, no es rico ante Dios». De aquí la advertencia: «Guardaos de toda clase de codicia». Es ésta «la que hace daño en relación con el dinero»; es la tensión a tener cada vez más que «lleva a la idolatría» del dinero y destruye «la relación con los demás». La codicia hace enfermar al hombre, y le conduce al interior de un círculo vicioso en el que cada pensamiento está «en función del dinero».

La codicia es «un instrumento de idolatría; porque va por el camino contrario» del trazado por Dios para los hombres. Hay un «camino de Dios», el «de la humildad, abajarse para servir», y otro en la dirección opuesta, adonde conduce la codicia y la idolatría: «Tú que eres un pobre hombre, te haces dios por la vanidad».

Por ello, Jesús dice cosas duras contra el apego al dinero. Nos recuerda «que no se puede servir a dos señores: o a Dios o al dinero»; nos exhorta «a no preocuparnos, porque el Señor sabe de qué tenemos necesidad»; y nos anima «al abandono confiado hacia el Padre, que hace florecer los lirios del campo y da de comer a los pájaros del cielo».

La antítesis a esta confianza en la misericordia divina es la del protagonista de la parábola, que no pensaba en otra cosa más que en la abundancia del trigo recogido en los campos y en los bienes acumulados. Interrogándose sobre qué hacer con ello -explicó el Papa- «podía decir: daré esto a otro para ayudarle». En cambio «la codicia le llevó a decir: construiré otros graneros y los llenaré. Cada vez más». Un comportamiento que, según el Papa, ambiciona alcanzar «una divinidad casi idolátrica», como testimonia el pensamiento mismo del hombre: «Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente».

Es precisamente entonces cuando Dios le reconduce a su realidad de criatura: «Necio, esta noche te van a reclamar el alma». Porque «este camino contrario al camino de Dios es una necedad, lleva lejos de la vida. Destruye toda fraternidad humana». El Señor nos muestra el verdadero camino. Que «no es el camino de la pobreza por la pobreza»; al contrario, «es el camino de la pobreza como instrumento, para que Dios sea Dios, para que Él sea el único Señor, no el ídolo de oro». En efecto, «todos los bienes que tenemos, el Señor nos los da para hacer marchar adelante el mundo, para que vaya adelante la humanidad, para ayudar a los demás».

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