domingo, 3 de junio de 2012

Pentecostés: Día del Apostolado Seglar

En el día de Pentecostés la Iglesia conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, la Virgen María y los demás discípulos, reunidos en una casa de Jerusalén, llamada Cenáculo, por haber celebrado allí Jesús su última Cena. El Espíritu Santo los fortaleció interiormente de tal forma que desde entonces comenzó la difusión por todo el mundo de las enseñanzas, la vida, la muerte y la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Esta misión se continúa hoy  por la labor evangelizadora de los obispos, de los presbíteros, de los religiosos y religiosas y, de un modo específico, también por los hombres y mujeres que denominamos laicos cristianos.

El concilio Vaticano II dedica el capítulo cuarto de la Constitución Dogmática Lumen Gentium a hablar sobre la vida y misión de los laicos en la Iglesia. “Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde”.

Los laicos, como los sacerdotes y los religiosos, son miembros del Pueblo de Dios, con la misma dignidad y con las mismas obligaciones de seguir a Jesucristo y ser testigos suyos en la Iglesia y en el mundo. Ahora bien, la peculiaridad del estado laical, su vocación propia, es “buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios”. Los laicos viven en las mismas condiciones familiares, sociales, económicas, profesionales... que el resto de la sociedad civil. Y es ahí donde Dios les llama a realizar su misión específica, para que, guiados por el Evangelio, ordenen las realidades de este mundo según la voluntad de Dios. Deben ser fermento de santidad en medio de la sociedad por el testimonio de su vida y por el testimonio de su palabra.

El apostolado de los laicos es una participación de la misma misión de la Iglesia. Por el bautismo y la confirmación están llamados a hacer presente el Evangelio especialmente en aquellos lugares donde ni los sacerdotes ni los religiosos pueden llegar normalmente. La fábrica o la oficina, el hospital o la escuela, el sindicato o el partido político, son lugares donde la presencia del laico es determinante para que Dios sea conocido y venerado. Es allí, por lo tanto, donde radica específicamente su campo de trabajo apostólico.

Pero, no sólo es en el mundo donde el laico debe cumplir con su misión de ser testigo de Jesucristo. También puede ser llamado a participar en el apostolado propio de los pastores, es decir, de los obispos y de los presbíteros. ¡Qué serían nuestras parroquias y comunidades cristianas si los laicos no colaboraran como catequistas o como voluntarios de Cáritas, o en otras tantas tareas apostólicas a donde los pastores no podemos llegar por la limitación de nuestras fuerzas...! Son los laicos los que ayudan decisivamente a los sacerdotes a llevar adelante la vida parroquial. Sin ellos, la mayor parte del apostolado de la parroquia no podría realizarse.

Desde hace tiempo, han surgido en la Iglesia formas de apostolado asociado, con la finalidad de cooperar estrechamente con la jerarquía eclesiástica en su tarea evangelizadora. Entre estas asociaciones, destaca poderosamente la Acción Católica, que se diferencia de las demás asociaciones laicales por cuatro notas que le dan su especificidad característica. En el número 21 del “Decreto del concilio sobre el Apostolado de los Laicos”, se definen así estas cuatro notas:

La primera de ellas es que “el fin inmediato de estas organizaciones es el fin apostólico de la Iglesia, es decir, la evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de sus conciencias, de suerte que puedan saturar del espíritu del Evangelio las diversas comunidades y los diversos ambientes”.

La segunda nota o característica de la Acción Católica es que “los laicos, cooperando, según su condición, con la jerarquía, ofrecen su experiencia y asumen la responsabilidad en la dirección de estas organizaciones, en el examen diligente de las condiciones en que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia y en la elaboración y desarrollo del método de acción”. Es decir, son ellos los que dirigen y programan su actividad según su mayor experiencia del espacio donde viven y trabajan todos los días.

La tercera nota es su carácter asociativo, su particularidad de grupo organizado. En efecto, “los laicos trabajan unidos, a la manera de un cuerpo orgánico, de forma que se manifieste mejor la comunidad de la Iglesia y resulte más eficaz el apostolado”.

Finalmente, la cuarta nota es su estrecha relación con la jerarquía de la Iglesia: “Los laicos, bien ofreciéndose espontáneamente o invitados a la acción y directa cooperación con el apostolado jerárquico, trabajan bajo la dirección superior de la misma jerarquía, que puede sancionar esta cooperación, incluso por un mandato explícito”.

Solamente aquellas asociaciones que reúnen conjuntamente las cuatro notas anteriormente mencionadas, pueden considerarse de pleno derecho “Acción Católica”, es decir, la forma más elevada del apostolado laical organizado.

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