Es el Evangelista San Lucas quien escribe: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, a tus hermanos, a tus parientes o a tus vecinos ricos, porque después ellos te invitarán y quedarás así recompensado. Por el contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. Ellos no pueden corresponderte, y por eso serás feliz, porque tú tendrás recompensa cuando los justos resuciten» (Lc 14, 30-37).
Nuestro Víctor leía muy despacio y muchas veces la Biblia y textos como este del Evangelio. Y lo mismo a San Juan de la Cruz y Las Moradas de Santa Teresa. El espíritu de pobreza no es amar a los pobres y obsequiarles con una limosna. Nos aclaramos: a los pobres se les puede ayudar por compasión, para que no nos molesten con su mano extendida o, también, para recuperar la paz de la conciencia, esto cuando se hace como devolución de ganancias injustas.
Amor a los pobres no es lo mismo que tener espíritu de pobreza. Cuando se vive la pobreza tal y como se define en las Bienaventuranzas, es mucho más que hacer las cosas con tal o cual color de bondad y generosidad.
Vivir el espíritu de pobreza al estilo de Víctor es una necesidad espiritual que nos empuja a revestirlo todo con el manto del amor, llevando acciones al estilo de Víctor: transmitir alegría y paz a la vez.
Tenemos testimonios que no pueden ser más significativos. Vamos con ellos que es lo más acertado y... ¿por qué no tratar de imitar cuando se nos ofrezca la ocasión? Jesús le dijo a Judas que a los pobres siempre los tendremos a nuestro lado, todo es cuestión de ver en ellos al mismo Jesús.
Cuenta el P. Carmelita Descalzo Juan Jesús, que fue su confesor en Medina del Campo, que le dijo Víctor que la mayor gracia que le había hecho el Señor en toda su vida, fue permitir que se arruinase económicamente, pues así le libró totalmente de la ceguera y de la esclavitud de los bienes materiales.
Mari Carmen, compañera de trabajo en la fábrica de Pepsi Cola, testifica: «Cuando él realizaba horas extraordinarias en la fábrica, me pedía sobres para meter dinero en ellos y repartirlos entre la gente necesitada. Yo le recriminaba haciéndole ver que tenía 7 hijos y debería guardarlo para ellos. Me contestaba que sus hijos comían todos los días y había gente que no podía hacerlo». Y decía también textualmente: «Mi mujer es muy apañadita y se arregla con el jornal».
Su misma mujer nos cuenta, cómo en una ocasión, viendo a un pobre con mucho frío pidiendo limosna por las calles, entró en su casa, se fue al armario y le sacó un abrigo que apenas había estrenado.
No menos ejemplar fue en esta ocasión: A un vecino se le quemó la casa y... pues eso, se quedó sin hogar para la familia. ¿Solución? Víctor le dejó su casa hasta que se la arreglaran y él se fue con la suya a otra que tenía a las afueras de Medina del Campo, donde guardaba las gallinas y desde donde las cuidaba y defendía de “peligros”.
Germán García Ferreras
No hay comentarios:
Publicar un comentario