Se habla mucho, estos días, del “adoctrinamiento escolar”. No en todas las escuelas, naturalmente, se practica el “adoctrinamiento”; pero sí muy particularmente, según se dice, en algunas aulas de ciertas comunidades autonómicas.
¿Qué es el adoctrinamiento? Todo lo contrario de educar para que nuestros muchachos aprendan a administrar la personal libertad que Dios a cada uno ha regalado.
Se habla del “adoctrinamiento independentista”, descarado desde hace mucho tiempo en Cataluña. Pero no hay día en que no haya noticias sorprendentes en lo que se refiere también a otro tipo de adoctrinamientos: por ejemplo, en la “ideología de género”, a la que, por cierto, se han referido nuestros obispos en la última plenaria del episcopado.
Es muy fácil, hoy, con ayuda de la propaganda, preparar una sociedad de cerebros precocinados. Cojan ustedes unos pocos cerebros jóvenes, moldeables y ávidos de novedades; rebócenlos en la salsa espesa de unas cuantas escuelas políticamente adoctrinadas; denles dos vueltas por algunos medios de comunicación (sobre todo, ciertas redes sociales), y pónganlos, finalmente, a escurrir colgados de la actualidad para que se oreen y les dé el aire de “lo que se lleva”. Así es como obtendrán ustedes -¡oh maravilla!- un grupo perfectamente homogéneo de personas que piensan básicamente lo mismo, hablan todos la misma jerga, y además se creen los reyes del mambo.
Celebraremos pronto el 40 aniversario de nuestra Constitución española. Después de 40 años de autonomías en España y traslados de competencias, ¿cuál ha sido el resultado? El resultado son estos barridos de cerebro que los centinelas de la corrección ideológica quieren imponernos. No es el respeto a lo peculiar de cada región de España. Mucho menos, se plantean el respeto a las opciones religiosas de los padres, cuyos alumnos tienen delante...
Desengañémonos: construir la España una y plural ya no es el propósito de todos los que andan cobrando del poder. De lo que se trata es de “dar la nota” chirriante. Y cuanto más extraña sea la norma, cuanto más disgregadora, mejor. Así es como la nación española, “patria común e indivisible de todos los españoles” (artículo 2 de la Constitución), se irá poco a poco al garete: o sea, se irá disolviendo. No es ya el propósito de hacer una España unida, bien compaginada, fuerte y diversa, que es en lo que pensaban los “padres de la Constitución” en 1978.
¿Saben ustedes qué es lo que mejor funciona en algunas autonomías? El fracaso escolar, el paro y especialmente el paro juvenil. Y sigue funcionando, ya sin normas éticas, la picaresca, la corrupción y las “manadas”. No funciona precisamente el respeto a la mujer o al prójimo en general. Por eso inculcar valores, educar para el respeto, trasmitir y seleccionar saberes que merezcan la pena, es algo en lo que deberían emplearse, hoy, a fondo y con urgencia tanto la escuela, como la familia y la misma Iglesia.
Menos mal que todavía quedan profesores sensatos que saben de prioridades y valores a la hora de enseñar. Menos mal. Pero da la impresión de que no pocos, hoy, se creen con atribuciones de reformar la educación y la enseñanza por su cuenta, siguiendo el capricho de sus propias ideologías. Hoy, cualquier populista manda y se ejecutan sus órdenes. Todo se puede conseguir con una campaña de prensa y un abuso del dinero público. Seamos serios. La libertad de enseñanza ha venido para hacer algo más alto y mejor que “precocinar cerebros”.
Eduardo de la Hera
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