En febrero de 1218, Domingo lleva en Roma una intensa actividad. De sus contactos con la Curia obtiene las primeras Bulas de recomendación del Papa, “llaves maestras” para abrir las herméticas diócesis. Organiza nuevas fundaciones y ministerios, y acoge a muchos jóvenes que envía a formarse en la nueva fundación de Bolonia, junto a la universidad. Llegan noticias, buenas o inquietantes según casos, de los frailes diseminados como el grano de la sementera evangélica. Y en mayo, con el buen tiempo se pone en camino para ver a sus frailes y resolver, si es el caso los problemas sobre el terreno.
Antes de ir a España, pasa por Prouille y funda el segundo convento de la Orden, a semejanza del de Toulouse. Llegado a su patria, el fruto no ha sido abundante. Dos de los frailes han vuelto a San Román, y tiene prisa por encontrarse con los otros dos que recorren la Península predicando. Ansía volver a contemplar la llanura de Castilla, repleta de mieses verdes que, como una bandera de esperanza, lo reciben después de trece años de ausencia.
En noviembre de 1218 está en Salamanca y se entrevista con el arzobispo de Toledo, el célebre Rodrigo Jiménez de Rada, antiguo amigo y sucesor de su compañero el obispo Diego de Osma en, la ya lejana, embajada real. Don Rodrigo confirma la Orden de Predicadores y dona a Domingo una casa en Brihuega, cerca de Guadalajara, “donde el desaliento había sacudido violentamente al equipo de sus compañeros”. En diciembre llega a Madrid. Fray Pedro de Madrid, había reunido entorno a la casa de los frailes a algunas jóvenes y Domingo las admite los votos en la vida religiosa dominicana, será el primero de contemplativas en España.
En Navidad se refugia en unas cuevas a las orillas del río Eresma, y experimenta la “pasión mística”, uniéndose, más si cabe, a Cristo, su modelo y su ideal. Predica, exhorta y funda el primer convento de frailes dominicos de España bajo el título de la Santa Cruz. Allí se conserva, hasta hoy, su recuerdo en la “santa Cueva”, lugar de devoción para Santa Teresa y los Reyes Católicos.
Y... ¿cómo olvidar a Caleruega y a Palencia? Llega a Palencia sobre enero o febrero de 1219 y funda el segundo convento en España, bajo el título del gran apóstol y predicador Pablo de Tarso. Había que volver a esa ciudad y perpetuar el amor de Dios y su Palabra. Quiere que sus hijos sigan predicando a los palentinos y que su recuerdo y memoria sean aliciente para las generaciones futuras. Se despidió, a buen seguro con lágrimas en los ojos, de la ciudad del Carrión. No volverá, pero Palencia, siempre tendrá un lugar en su corazón.
Fray Luis Miguel García Palacios, O.P
Subprior del Convento de San Pablo
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