Catedral de Palencia. 5 de noviembre de 2016
Homilía de Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA
Homilía de Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA
1. Saludo de
bienvenida: a los Obispos, al Vicario General y demás Vicarios, a los
sacerdotes, seminaristas, miembros de vida consagrada, laicos, y,
particularmente, a las Hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret y a los
miembros de la Unión Eucarística Reparadora, al maestro de ceremonias,
lectores, acólitos, coro y organista. Un saludo atento y agradecido a D. Martín
Lagares, escultor de la imagen de San Manuel. Mi saludo deferente y agradecido
a las autoridades aquí presentes.
2. El pasado 16 de
octubre, domingo, el Papa Francisco canonizó a siete beatos y los presentó ante
toda la Iglesia como santos, amigos de Dios, cristianos admirables en los que
la gracia de Cristo muestra todo su esplendor. Uno de ellos es San Manuel
González García, sacerdote de la Archidiócesis de Sevilla, párroco y arcipreste
de Huelva, Obispo de Málaga primero y, finalmente, Obispo de Palencia desde
1935 hasta 1940. Su memoria pervive entre nosotros y su sepulcro está aquí, en
esta Catedral, debajo del Sagrario, como él deseaba. Con alegría fraterna
muchos participamos en las celebraciones tenidas en Roma con motivo de su
canonización.
Hoy
nos reunimos los cristianos de la diócesis de Palencia y otros venidos de otras
Iglesias como hermanos con alegría para hacer fiesta y dar gracias al Padre por
medio de Jesucristo, su Hijo, y movidos por el Espíritu Santo, por la canonización
del Beato Manuel. Algunos de vosotros le conocisteis, tratasteis con él y os
administró el sacramento de la Confirmación cuando erais pequeños. También,
cómo no, sus hijos e hijas espirituales. Nos alegramos en el Señor por él
porque es parte de esta familia que peregrina en estas tierras, por su persona,
testimonio, escritos y palabras; alabamos y nos alegramos en el Señor, porque
en él vemos una vez más la misericordia de Dios que hace maravillas en sus
hijos y ensalza a los humildes.
Tomando
prestadas unas palabras del cardenal Ratzinger, diré que no es fácil acercarse
a la figura y a la vida de un santo, ya que sólo Dios posee las llaves para
entrar en el secreto de un alma dedicada a Él. Es más difícil todavía, cuando
él ha vivido en una de las épocas más complejas y atormentadas de la historia
de la Iglesia en España. Pero podemos penetrar un poco en su misterio.
No
es momento de narrar su vida y circunstancias. Solamente me referiré, como lo
hacía Mons. D. José Vilaplana, Obispo de Huelva, en Roma, a cuatro etapas de su
vida y ministerio de D. Manuel que tienen como secreto último la Eucaristía
celebrada o reservada en el Sagrario.
- La etapa EUCARÍSTICA MISIONERA. Se
desarrolla en Sevilla, lugar de nacimiento, de bautismo, de vida en familia, de
formación inicial en la fe, de vocación y formación sacerdotal, de ordenación
sacramental y de los primeros ministerios misioneros, destacando Palomares del
Rio.
- La etapa EUCARÍSTICA SOCIAL en Huelva,
entregado a la atención de los más desfavorecidos, fomentando la defensa de la
dignidad de los más pobres por medio de creación de obras sociales, como escuelas,
comedores y visitas a los barrios humildes desde la caridad.
- En Málaga, la etapa EUCARÍSTICA
SACERDOTAL, viviendo como buen pastor el sacerdocio, entregando su
vida por las ovejas, promoviendo la pastoral vocacional con la construcción del
Seminario. Su jaculatoria cuando salió de Málaga a Palencia era: «Corazón de mi
Jesús, si Tú quieres que para salga un buen clero en Málaga, sea yo el grano de
trigo sepultado y muerto debajo del surco de la tierra, ¡Fiat, fiat!»[1].
- Y en nuestra querida Palencia, la
etapa EUCARÍSTICA
OBLATIVA, de la ofrenda final de su vida a Dios y a los hombres
hasta donde se lo permitieron sus fuerzas, hasta la muerte. Cuando le llevaban en
la camilla para el Sanatorio del Rosario, en Madrid, al pasar por delante de la
capilla del Obispado, exclamó: «Corazón de Jesús, gracias te doy por tantos dolores como
me das; gracias por lo que me has hecho sufrir. Bendito seas por todo y porque
ahora quieres que me vaya. Tuyo soy, haz conmigo lo que quieras. Si quieres que
vuelva, bendito seas, y si no quieres que vuelva, bendito seas; si quieres
curarme, bendito seas, y son no… ¡lo que Tú quieras!»[2].
TODA
SU VIDA, SU MINISTERIO SE PUEDE RESUMIR EN ESTA PALABRA QUE, NO ESTANDO EN EL
DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA, ÉL UTILIZABA TANTAS VECES Y, SOBRE TODO, Y
VIVÍA: EUCARISTIZAR,
y que él desglosaba así: «ser el obispo de los consuelos para los dos grandes
desconsolados: el sagrario y el pueblo»[3].
¿Qué
es eucarístizar? Lo diré con sus palabras:
«Jesús
definió como el mayor amor entre los hombres aquel que da su vida por sus
amigos. La eucaristía es un amor mucho mayor infinitamente mayor que el mayor
amor entre los hombres.
Eucaristía
es dar la vida por los amigos y por los enemigos, no una vez, sino innumerables
veces.
Jesús,
Maestro mío, ¿Me permites alargar tu definición del mayor amor?
Tu
dijiste: Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos…, a no ser
el que ha inventado la eucaristía para darla todos los días y a todas las
horas, por sus enemigos ¡hasta la consumación de los siglos!»[4].
Esa
fue la clave de su vida; lo que él creyó, esperó, amó, celebró, adoró, lo que
él imitó entregándose a todos.
¿Cómo
celebrar nosotros, guardar y ser su memoria viva nosotros en estos tiempos, en
estos días? Eucaristizándonos y eucaristizando. Eucaristizándonos nosotros y
eucaristizando nuestra sociedad y mundo.
Lo
dice el Concilio Vaticano II. La Eucaristía es «fuente y cima de toda la vida cristiana,
fuente inagotable de la vida de la iglesia y prenda de la gloria futura».
Es el mismo Señor, que muerto y resucitado, se entrega por nosotros, comulga
con nosotros para que nosotros nos convirtamos en Él a quien recibimos como
miembros de su Cuerpo, para que seamos otros cristos.
Y
eso es lo que tenemos que creer, celebrar y vivir. Dice S. Manuel: «¿Verdad que,
si amor con amor se paga, el amor mayor de Cristo debe pagarse con el amor
mayor del cristiano?
Es
decir, con amor hasta el sacrificio y por toda la vida. Si el amor que me tiene
a mi Jesús es amor de Hostia, yo debo ser para Jesús hostia de amor. Si Jesús
es mi Hostia de todos los días y de todas las horas, ¿no debo yo aspirar y
prepararme a ser su hostia de todas las horas y todos los días?»[5].
Pero,
¿cómo? Dice San Manuel:
«Cada
altar es un calvario y cada Hostia consagrada, es Jesús inmolado y ofrecido en
sacrificio de Redención.
Si la
primera Misa de Jesús tuvo poder para transformar al mundo, ¿por qué las demás
Misas no han de poder conservar y aumentar aquella transformación?
¡Ah,
si viviéramos nuestras Misas!...
¿Qué hay
que hacer?
Aunque
la frase VIVIR la misa no sea muy castellana tiene un profundo significado en
castellano y en todas las lenguas.
… y
digo más; que si la piedad y la devoción de los católicos no toma de la misa su
orientación, su norma, su espíritu y sus fuerzas, tendrán de tales la careta y
algún accidente, pero no la substancia, ni la vida, ni la acción, ni el fruto»[6].
Eucaristizar,
Vivir la Misa… esa es la propuesta. La Palabra de Dios que ha sido proclamada tiene
como eje la Eucaristía que es memorial del sacrificio del Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo, comida de amistad e intimidad con el Señor, alimento
para el camino de la vida que es duro, signo de unidad y fármaco de imortalidad.
Y Esta Palabra nos señala e invita a hacer y vivir lo que Jesús hizo y vivió en
su vida hasta la muerte y muerte de Cruz y que lo resumió en la última Cena.
¿Qué hizo? Se reunió con sus discípulos a cenar, dialogó, lavó los pies a sus
discípulos, tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos. Y lo
mismo hizo con el cáliz lleno de vino.
Esto
es lo que tenemos que hacer y vivir nosotros.
1º. REUNIRNOS Y
ENCONTRARNOS COMO HERMANOS, como comunidad, miembros de una misma
familia, la Iglesia. Un cristiano no puede abandonar y vivir lejos de la
Iglesia. Es nuestro hogar. Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la
Iglesia por Madre. Por eso es preciso encontrarnos y reunirnos como hermanos,
para convivir, saludarnos, alegrarnos juntos, proyectar y trabajar juntos; encontrarnos
y lavarnos los pies unos a otros, es decir, servir, y perdonarnos sabiéndonos
pecadores perdonados y reconciliados; reuniéndonos para alabar y adorar al
Señor por su bondad, misericordia y fidelidad; encontrarnos para orar, personal
y comunitariamente, para pedir por unos por otros y por todos, porque todos
como pobres necesitamos a Dios y de Dios.
2º. Después de
reunidos, ESCUCHAR
Y ACOGER LA PALABRA DE DIOS. Es la Palabra del que nos ama como
nadie, que es y debe ser lámpara para nuestros pasos, la brújula de nuestra
vida; palabra sabia y de vida eterna. Dios, movido de amor, nos habla como
amigos, trata con nosotros y nos invita y recibe en su compañía[7].
Y responder a la Palabra con la confesión de la fe y las oraciones para que lo
que dice el Señor se cumpla en nuestros días y en nuestras vidas. Un cristiano
tiene que ser un enamorado de la Palabra de Dios, que la conoce, la saborea, la
interioriza y la lleva a la vida como nos pide el Concilio; ¡Cómo se alimentaba
nuestro Santo de la Palabra de Cristo! Un cristiano, -sea niño, joven, maduro,
adulto, sacerdote, religioso o laico- tiene que estar siempre como discípulo en
catequesis, formarse y configurarse permanentemente con Cristo. ¡Qué buen
catequista fue D. Manuel con escritos y práctica! Aquí al lado, en los bancos
que están delante de la Capilla del Sagrario, él daba catequesis a los niños y
niñas pobres de Palencia Se preocupaba por darles el pan de cada día y el Pan
de Dios. Por eso la imagen que hemos bendecido al comenzar la Eucaristía de
Acción de Gracias está una de las niñas a las que él enseñaba la fe cristiana
desde el amor y la cercanía a los más pequeños.
3º. Eucaristízar que
es, hacer los gestos y vivir lo que hizo Jesús en la multiplicación de los
panes y los peces, en la Última Cena, y resucitado cuando se aparece junto al
lago: TOMAR
EL PAN Y EL VINO en nuestras manos, bendiciendo a Dios, dador de
todo bien, y aceptar la voluntad de Dios en todos los momentos de la existencia,
aunque cueste y suponga sangre. Y todo con acción de gracias al Padre, por el
Hijo con el Espíritu Santo, siempre, por todo y en todo. Es DAR GRACIAS
por la vida, el sol, la familia, la iglesia, la fe, el bautismo, por la entrega
de Cristo que se hace pan, que derrama su sangre para sellar la Nueva Alianza y
perdonar todos los pecados. Dar gracias por la unión que crea el Espíritu Santo
en comunión con toda la Iglesia, presidida por el papa Francisco y los
pastores, los santos y los difuntos. Es PARTIR Y REPARTIR el pan que el Padre nos da a
sus hijos, y hacerse cada uno pan tierno de granos molido, partido y compartido,
y vino pisado en el lagar, entregando nuestra vida, pensamientos, sentimientos
y acciones aunque el alma se rompa… Es no solo dar, sino darse. Y LO DIO
dice el Evangelio: Es recibir y aceptar a Cristo que se ofrece como pan de
vida, como alimento y bebida para el camino, aceptarlo en nuestro corazón y existencia,
adorarlo dejarnos amar por Él, y darnos y dejarnos comer como el pan por tantos
abandonados, hambrientos y descartados de la sociedad que buscan pan, justicia,
amor, libertad y verdad. Es vivir en la lógica del don. Entrar en comunión con
los demás, dejar que los otros formen parte de nuestra vida y nosotros de la
suya porque Él nos ha dado ejemplo. Es acompañar a tantas personas abandonadas,
que son también sagrarios abandonados, porque en ellas está Jesús. Es hacer de
cuanto somos y tenemos un don para los demás, para que tengan vida y vida
abundante y sea reconocida su dignidad de hijos de Dios y hermanos.
4º. Y la despedida: PODÉIS IR EN
PAZ, salir en misión, no esperar, salir al encuentro de los hermanos
en todas las situaciones, como lo hizo Andrés con su hermano Simón Pedro, confesando
nuestra fe con obras y palabras para llevar la paz de Cristo, el amor de Cristo,
la misericordia de Cristo. Es hacer lo posible e imposible para que otros descubran
con gozo y experimenten la alegría de ser amados por Dios-amor, por el «Amo»,
como decía él, que no es sólo dueño, sino el que ama como nadie amó jamás. Tenemos
que salir para construir una civilización nueva, la del amor.
San Manuel lo decía
así: «Para
mis pasos yo no quiero más que un camino, el que lleva al Sagrario, y yo sé que
andando por ese camino encontraré hambrientos de todas clases y los hartaré de
todo pan. Descubriré niños pobres y pobres niños y me sobrará el dinero y los
auxilios para levantarles escuelas, y refugios para remediarles sus pobrezas.
Tropezaré con tristes sin consuelo, con ciegos, con tullidos y hasta con
muertos del alma o del cuerpo, y haré descender sobre ellos la alegría de la
vida y de la salud!»[8].
Esto
es eucaristizar, vivir la Misa, como decía San Manuel. Esto, creo, es lo que nos
propone hoy a todos, particularmente a esta su Diócesis de Palencia.
Hoy
damos gracias a Dios, pero también le pedimos, por la intercesión de san Manuel,
por nuestra iglesia de Palencia y por todas las iglesias hermanas; por los
sacerdotes para que seamos como Cristo, el Buen Pastor; por las vocaciones
todas, especialmente al ministerio ordenado; por la vida consagrada,
particularmente por la Congregación de Hermanas Misioneras Eucarísticas de
Nazaret, para que sea presencia, memoria y reclamo en la Iglesia y en el mundo
de los valores eternos que no pasan; por los laicos, para que todos vivamos
nuestra vocación bautismal de hijos y hermanos, de sacerdotes, profetas y
reyes, y así transformar nuestra sociedad como sal, luz y levadura en los
distintos ambientes.
San
Manuel: tu iglesia de Palencia necesita vocaciones: que nuestra familias sean
una iglesia doméstica donde se viva la ALEGRÍA DEL AMOR; que nuestros jóvenes se
abran y descubran el GOZO DEL EVANGELIO; que muchos cristianos correspondan
a la llamada del Señor, como Samuel, los apóstoles y Tú, para lavar los pies,
servir, y dar el pan de Dios a sus hermanos. Que todos participemos en la
eucaristía y que nos convirtamos en lo que recibimos, en Cristo vivo y
entregado para esperanza del mundo.
Termino
invitándoos a rezar juntos esta oración que San Manuel compuso estando en
Huelva, expresión de su amor entrañable a la Madre Inmaculada:
¡Madre
Inmaculada y Madre nuestra!
Te hacemos una petición: que no nos cansemos…!
Sí, aunque el desaliento
por el poco fruto nos asalte,
aunque la flaqueza nos ablande,
aunque el furor del enemigo
nos persiga y nos calumnie,
aunque nos falte el dinero
y los auxilios humanos,
aunque nuestras obras
se vinieran al suelo
y tuviéramos
que empezar de nuevo...
Firmes, decididos, alentados,
sonrientes siempre,
con los ojos de la cara
fijos en el prójimo y sus necesidades
para socorrerlos;
y los ojos del alma
fijos en el Corazón de Jesús
que está en el Sagrario,
ocupemos nuestro puesto
el que a cada uno Dios nos señala...
¡Madre nuestra!
¡Que no nos cansemos!
¡Nada de volver la cara atrás!
¡Nada de cruzarse de brazos!
¡Nada de estériles lamentos!...
Mientras que nos quede
una gota de sangre que derramar,
unas monedas que repartir,
un poco de energía que gastar,
una palabra que decir,
un aliento de nuestro corazón,
un poco de fuerza
en nuestras manos, en nuestros pies,
que puedan servir
para dar gloria a Él y a Ti,
y para hacer un poco de bien
a nuestros hermanos...
¡Madre mía, por última vez!
¡Morir antes que cansarnos!
Amén.
Te hacemos una petición: que no nos cansemos…!
Sí, aunque el desaliento
por el poco fruto nos asalte,
aunque la flaqueza nos ablande,
aunque el furor del enemigo
nos persiga y nos calumnie,
aunque nos falte el dinero
y los auxilios humanos,
aunque nuestras obras
se vinieran al suelo
y tuviéramos
que empezar de nuevo...
Firmes, decididos, alentados,
sonrientes siempre,
con los ojos de la cara
fijos en el prójimo y sus necesidades
para socorrerlos;
y los ojos del alma
fijos en el Corazón de Jesús
que está en el Sagrario,
ocupemos nuestro puesto
el que a cada uno Dios nos señala...
¡Madre nuestra!
¡Que no nos cansemos!
¡Nada de volver la cara atrás!
¡Nada de cruzarse de brazos!
¡Nada de estériles lamentos!...
Mientras que nos quede
una gota de sangre que derramar,
unas monedas que repartir,
un poco de energía que gastar,
una palabra que decir,
un aliento de nuestro corazón,
un poco de fuerza
en nuestras manos, en nuestros pies,
que puedan servir
para dar gloria a Él y a Ti,
y para hacer un poco de bien
a nuestros hermanos...
¡Madre mía, por última vez!
¡Morir antes que cansarnos!
Amén.
San
Manuel González, ruega por nosotros.
Amén
[1] Molina Prieto, A., Testimonio y
Mensaje. Antología Eucarística del Bto. Manuel González. Ed. EGDA, Ed. 3ª,
Madrid, 2007. Pág. 49.
[2] Molina, op.cit., pág. 54-55.
[3] Molina, op.cit., pág. 56.
[4] Molina, op. cit. pag. 97.
[5] Cf. Molina, cita anterior, pág. 89.
[6] San Manuel González. ¡Si
viviéramos nuestras misas! Obras Completas. III, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 2001, pág. 885-886.
[7] Cfr. Dei Verbum, 2.
[8] Cfr. Folleto de la
Canonización., Libro del Peregrino, pag. 2.
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