viernes, 4 de noviembre de 2016

Homilía en la Eucaristía de Acción de Gracias por la Canonización de San Manuel González

Catedral de Palencia. 5 de noviembre de 2016
Homilía de Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA


1. Saludo de bienvenida: a los Obispos, al Vicario General y demás Vicarios, a los sacerdotes, seminaristas, miembros de vida consagrada, laicos, y, particularmente, a las Hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret y a los miembros de la Unión Eucarística Reparadora, al maestro de ceremonias, lectores, acólitos, coro y organista. Un saludo atento y agradecido a D. Martín Lagares, escultor de la imagen de San Manuel. Mi saludo deferente y agradecido a las autoridades aquí presentes.

2. El pasado 16 de octubre, domingo, el Papa Francisco canonizó a siete beatos y los presentó ante toda la Iglesia como santos, amigos de Dios, cristianos admirables en los que la gracia de Cristo muestra todo su esplendor. Uno de ellos es San Manuel González García, sacerdote de la Archidiócesis de Sevilla, párroco y arcipreste de Huelva, Obispo de Málaga primero y, finalmente, Obispo de Palencia desde 1935 hasta 1940. Su memoria pervive entre nosotros y su sepulcro está aquí, en esta Catedral, debajo del Sagrario, como él deseaba. Con alegría fraterna muchos participamos en las celebraciones tenidas en Roma con motivo de su canonización.

Hoy nos reunimos los cristianos de la diócesis de Palencia y otros venidos de otras Iglesias como hermanos con alegría para hacer fiesta y dar gracias al Padre por medio de Jesucristo, su Hijo, y movidos por el Espíritu Santo, por la canonización del Beato Manuel. Algunos de vosotros le conocisteis, tratasteis con él y os administró el sacramento de la Confirmación cuando erais pequeños. También, cómo no, sus hijos e hijas espirituales. Nos alegramos en el Señor por él porque es parte de esta familia que peregrina en estas tierras, por su persona, testimonio, escritos y palabras; alabamos y nos alegramos en el Señor, porque en él vemos una vez más la misericordia de Dios que hace maravillas en sus hijos y ensalza a los humildes.

Tomando prestadas unas palabras del cardenal Ratzinger, diré que no es fácil acercarse a la figura y a la vida de un santo, ya que sólo Dios posee las llaves para entrar en el secreto de un alma dedicada a Él. Es más difícil todavía, cuando él ha vivido en una de las épocas más complejas y atormentadas de la historia de la Iglesia en España. Pero podemos penetrar un poco en su misterio.

No es momento de narrar su vida y circunstancias. Solamente me referiré, como lo hacía Mons. D. José Vilaplana, Obispo de Huelva, en Roma, a cuatro etapas de su vida y ministerio de D. Manuel que tienen como secreto último la Eucaristía celebrada o reservada en el Sagrario.

- La etapa EUCARÍSTICA MISIONERA. Se desarrolla en Sevilla, lugar de nacimiento, de bautismo, de vida en familia, de formación inicial en la fe, de vocación y formación sacerdotal, de ordenación sacramental y de los primeros ministerios misioneros, destacando Palomares del Rio.

- La etapa EUCARÍSTICA SOCIAL en Huelva, entregado a la atención de los más desfavorecidos, fomentando la defensa de la dignidad de los más pobres por medio de creación de obras sociales, como escuelas, comedores y visitas a los barrios humildes desde la caridad.

- En Málaga, la etapa EUCARÍSTICA SACERDOTAL, viviendo como buen pastor el sacerdocio, entregando su vida por las ovejas, promoviendo la pastoral vocacional con la construcción del Seminario. Su jaculatoria cuando salió de Málaga a Palencia era: «Corazón de mi Jesús, si Tú quieres que para salga un buen clero en Málaga, sea yo el grano de trigo sepultado y muerto debajo del surco de la tierra, ¡Fiat, fiat!»[1].

- Y en nuestra querida Palencia, la etapa EUCARÍSTICA OBLATIVA, de la ofrenda final de su vida a Dios y a los hombres hasta donde se lo permitieron sus fuerzas, hasta la muerte. Cuando le llevaban en la camilla para el Sanatorio del Rosario, en Madrid, al pasar por delante de la capilla del Obispado, exclamó: «Corazón de Jesús, gracias te doy por tantos dolores como me das; gracias por lo que me has hecho sufrir. Bendito seas por todo y porque ahora quieres que me vaya. Tuyo soy, haz conmigo lo que quieras. Si quieres que vuelva, bendito seas, y si no quieres que vuelva, bendito seas; si quieres curarme, bendito seas, y son no… ¡lo que Tú quieras!»[2].

TODA SU VIDA, SU MINISTERIO SE PUEDE RESUMIR EN ESTA PALABRA QUE, NO ESTANDO EN EL DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA, ÉL UTILIZABA TANTAS VECES Y, SOBRE TODO, Y VIVÍA: EUCARISTIZAR, y que él desglosaba así: «ser el obispo de los consuelos para los dos grandes desconsolados: el sagrario y el pueblo»[3].

¿Qué es eucarístizar? Lo diré con sus palabras:

«Jesús definió como el mayor amor entre los hombres aquel que da su vida por sus amigos. La eucaristía es un amor mucho mayor infinitamente mayor que el mayor amor entre los hombres.

Eucaristía es dar la vida por los amigos y por los enemigos, no una vez, sino innumerables veces.

Jesús, Maestro mío, ¿Me permites alargar tu definición del mayor amor?

Tu dijiste: Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos…, a no ser el que ha inventado la eucaristía para darla todos los días y a todas las horas, por sus enemigos ¡hasta la consumación de los siglos!»[4].

Esa fue la clave de su vida; lo que él creyó, esperó, amó, celebró, adoró, lo que él imitó entregándose a todos.

¿Cómo celebrar nosotros, guardar y ser su memoria viva nosotros en estos tiempos, en estos días? Eucaristizándonos y eucaristizando. Eucaristizándonos nosotros y eucaristizando nuestra sociedad y mundo.

Lo dice el Concilio Vaticano II. La Eucaristía es «fuente y cima de toda la vida cristiana, fuente inagotable de la vida de la iglesia y prenda de la gloria futura». Es el mismo Señor, que muerto y resucitado, se entrega por nosotros, comulga con nosotros para que nosotros nos convirtamos en Él a quien recibimos como miembros de su Cuerpo, para que seamos otros cristos.

Y eso es lo que tenemos que creer, celebrar y vivir. Dice S. Manuel: «¿Verdad que, si amor con amor se paga, el amor mayor de Cristo debe pagarse con el amor mayor del cristiano?

Es decir, con amor hasta el sacrificio y por toda la vida. Si el amor que me tiene a mi Jesús es amor de Hostia, yo debo ser para Jesús hostia de amor. Si Jesús es mi Hostia de todos los días y de todas las horas, ¿no debo yo aspirar y prepararme a ser su hostia de todas las horas y todos los días?»[5].

Pero, ¿cómo? Dice San Manuel:

«Cada altar es un calvario y cada Hostia consagrada, es Jesús inmolado y ofrecido en sacrificio de Redención.

Si la primera Misa de Jesús tuvo poder para transformar al mundo, ¿por qué las demás Misas no han de poder conservar y aumentar aquella transformación?

¡Ah, si viviéramos nuestras Misas!...

¿Qué hay que hacer?

Aunque la frase VIVIR la misa no sea muy castellana tiene un profundo significado en castellano y en todas las lenguas.

… y digo más; que si la piedad y la devoción de los católicos no toma de la misa su orientación, su norma, su espíritu y sus fuerzas, tendrán de tales la careta y algún accidente, pero no la substancia, ni la vida, ni la acción, ni el fruto»[6].

Eucaristizar, Vivir la Misa… esa es la propuesta. La Palabra de Dios que ha sido proclamada tiene como eje la Eucaristía que es memorial del sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, comida de amistad e intimidad con el Señor, alimento para el camino de la vida que es duro, signo de unidad y fármaco de imortalidad. Y Esta Palabra nos señala e invita a hacer y vivir lo que Jesús hizo y vivió en su vida hasta la muerte y muerte de Cruz y que lo resumió en la última Cena. ¿Qué hizo? Se reunió con sus discípulos a cenar, dialogó, lavó los pies a sus discípulos, tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos. Y lo mismo hizo con el cáliz lleno de vino.

Esto es lo que tenemos que hacer y vivir nosotros.

1º. REUNIRNOS Y ENCONTRARNOS COMO HERMANOS, como comunidad, miembros de una misma familia, la Iglesia. Un cristiano no puede abandonar y vivir lejos de la Iglesia. Es nuestro hogar. Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre. Por eso es preciso encontrarnos y reunirnos como hermanos, para convivir, saludarnos, alegrarnos juntos, proyectar y trabajar juntos; encontrarnos y lavarnos los pies unos a otros, es decir, servir, y perdonarnos sabiéndonos pecadores perdonados y reconciliados; reuniéndonos para alabar y adorar al Señor por su bondad, misericordia y fidelidad; encontrarnos para orar, personal y comunitariamente, para pedir por unos por otros y por todos, porque todos como pobres necesitamos a Dios y de Dios.

2º. Después de reunidos, ESCUCHAR Y ACOGER LA PALABRA DE DIOS. Es la Palabra del que nos ama como nadie, que es y debe ser lámpara para nuestros pasos, la brújula de nuestra vida; palabra sabia y de vida eterna. Dios, movido de amor, nos habla como amigos, trata con nosotros y nos invita y recibe en su compañía[7]. Y responder a la Palabra con la confesión de la fe y las oraciones para que lo que dice el Señor se cumpla en nuestros días y en nuestras vidas. Un cristiano tiene que ser un enamorado de la Palabra de Dios, que la conoce, la saborea, la interioriza y la lleva a la vida como nos pide el Concilio; ¡Cómo se alimentaba nuestro Santo de la Palabra de Cristo! Un cristiano, -sea niño, joven, maduro, adulto, sacerdote, religioso o laico- tiene que estar siempre como discípulo en catequesis, formarse y configurarse permanentemente con Cristo. ¡Qué buen catequista fue D. Manuel con escritos y práctica! Aquí al lado, en los bancos que están delante de la Capilla del Sagrario, él daba catequesis a los niños y niñas pobres de Palencia Se preocupaba por darles el pan de cada día y el Pan de Dios. Por eso la imagen que hemos bendecido al comenzar la Eucaristía de Acción de Gracias está una de las niñas a las que él enseñaba la fe cristiana desde el amor y la cercanía a los más pequeños.

3º. Eucaristízar que es, hacer los gestos y vivir lo que hizo Jesús en la multiplicación de los panes y los peces, en la Última Cena, y resucitado cuando se aparece junto al lago: TOMAR EL PAN Y EL VINO en nuestras manos, bendiciendo a Dios, dador de todo bien, y aceptar la voluntad de Dios en todos los momentos de la existencia, aunque cueste y suponga sangre. Y todo con acción de gracias al Padre, por el Hijo con el Espíritu Santo, siempre, por todo y en todo. Es DAR GRACIAS por la vida, el sol, la familia, la iglesia, la fe, el bautismo, por la entrega de Cristo que se hace pan, que derrama su sangre para sellar la Nueva Alianza y perdonar todos los pecados. Dar gracias por la unión que crea el Espíritu Santo en comunión con toda la Iglesia, presidida por el papa Francisco y los pastores, los santos y los difuntos. Es PARTIR Y REPARTIR el pan que el Padre nos da a sus hijos, y hacerse cada uno pan tierno de granos molido, partido y compartido, y vino pisado en el lagar, entregando nuestra vida, pensamientos, sentimientos y acciones aunque el alma se rompa… Es no solo dar, sino darse. Y LO DIO dice el Evangelio: Es recibir y aceptar a Cristo que se ofrece como pan de vida, como alimento y bebida para el camino, aceptarlo en nuestro corazón y existencia, adorarlo dejarnos amar por Él, y darnos y dejarnos comer como el pan por tantos abandonados, hambrientos y descartados de la sociedad que buscan pan, justicia, amor, libertad y verdad. Es vivir en la lógica del don. Entrar en comunión con los demás, dejar que los otros formen parte de nuestra vida y nosotros de la suya porque Él nos ha dado ejemplo. Es acompañar a tantas personas abandonadas, que son también sagrarios abandonados, porque en ellas está Jesús. Es hacer de cuanto somos y tenemos un don para los demás, para que tengan vida y vida abundante y sea reconocida su dignidad de hijos de Dios y hermanos.

4º. Y la despedida: PODÉIS IR EN PAZ, salir en misión, no esperar, salir al encuentro de los hermanos en todas las situaciones, como lo hizo Andrés con su hermano Simón Pedro, confesando nuestra fe con obras y palabras para llevar la paz de Cristo, el amor de Cristo, la misericordia de Cristo. Es hacer lo posible e imposible para que otros descubran con gozo y experimenten la alegría de ser amados por Dios-amor, por el «Amo», como decía él, que no es sólo dueño, sino el que ama como nadie amó jamás. Tenemos que salir para construir una civilización nueva, la del amor.

San Manuel lo decía así: «Para mis pasos yo no quiero más que un camino, el que lleva al Sagrario, y yo sé que andando por ese camino encontraré hambrientos de todas clases y los hartaré de todo pan. Descubriré niños pobres y pobres niños y me sobrará el dinero y los auxilios para levantarles escuelas, y refugios para remediarles sus pobrezas. Tropezaré con tristes sin consuelo, con ciegos, con tullidos y hasta con muertos del alma o del cuerpo, y haré descender sobre ellos la alegría de la vida y de la salud!»[8].

Esto es eucaristizar, vivir la Misa, como decía San Manuel. Esto, creo, es lo que nos propone hoy a todos, particularmente a esta su Diócesis de Palencia.

Hoy damos gracias a Dios, pero también le pedimos, por la intercesión de san Manuel, por nuestra iglesia de Palencia y por todas las iglesias hermanas; por los sacerdotes para que seamos como Cristo, el Buen Pastor; por las vocaciones todas, especialmente al ministerio ordenado; por la vida consagrada, particularmente por la Congregación de Hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret, para que sea presencia, memoria y reclamo en la Iglesia y en el mundo de los valores eternos que no pasan; por los laicos, para que todos vivamos nuestra vocación bautismal de hijos y hermanos, de sacerdotes, profetas y reyes, y así transformar nuestra sociedad como sal, luz y levadura en los distintos ambientes.

San Manuel: tu iglesia de Palencia necesita vocaciones: que nuestra familias sean una iglesia doméstica donde se viva la ALEGRÍA DEL AMOR; que nuestros jóvenes se abran y descubran el GOZO DEL EVANGELIO; que muchos cristianos correspondan a la llamada del Señor, como Samuel, los apóstoles y Tú, para lavar los pies, servir, y dar el pan de Dios a sus hermanos. Que todos participemos en la eucaristía y que nos convirtamos en lo que recibimos, en Cristo vivo y entregado para esperanza del mundo.

Termino invitándoos a rezar juntos esta oración que San Manuel compuso estando en Huelva, expresión de su amor entrañable a la Madre Inmaculada:


¡Madre Inmaculada y Madre nuestra!
Te hacemos una petición: que no nos cansemos…!

Sí, aunque el desaliento
por el poco fruto nos asalte,
aunque la flaqueza nos ablande,
aunque el furor del enemigo
nos persiga y nos calumnie,
aunque nos falte el dinero
y los auxilios humanos,
aunque nuestras obras
se vinieran al suelo
y tuviéramos
que empezar de nuevo...

Firmes, decididos, alentados,
sonrientes siempre,
con los ojos de la cara
fijos en el prójimo y sus necesidades
para socorrerlos;
y los ojos del alma
fijos en el Corazón de Jesús
que está en el Sagrario,
ocupemos nuestro puesto
el que a cada uno Dios nos señala...

¡Madre nuestra!
¡Que no nos cansemos!

¡Nada de volver la cara atrás!
¡Nada de cruzarse de brazos!
¡Nada de estériles lamentos!...

Mientras que nos quede
una gota de sangre que derramar,
unas monedas que repartir,
un poco de energía que gastar,
una palabra que decir,
un aliento de nuestro corazón,
un poco de fuerza
en nuestras manos, en nuestros pies,
que puedan servir
para dar gloria a Él y a Ti,
y para hacer un poco de bien
a nuestros hermanos...

¡Madre mía, por última vez!
¡Morir antes que cansarnos!
Amén.

San Manuel González, ruega por nosotros.

Amén




[1] Molina Prieto, A., Testimonio y Mensaje. Antología Eucarística del Bto. Manuel González. Ed. EGDA, Ed. 3ª, Madrid, 2007. Pág. 49.
[2] Molina, op.cit., pág. 54-55.
[3] Molina, op.cit., pág. 56.
[4] Molina, op. cit. pag. 97.
[5] Cf. Molina, cita anterior, pág. 89.
[6] San Manuel González. ¡Si viviéramos nuestras misas! Obras Completas. III, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 2001, pág. 885-886.
[7] Cfr. Dei Verbum, 2.
[8] Cfr. Folleto de la Canonización., Libro del Peregrino, pag. 2.

No hay comentarios:

Publicar un comentario