El 15 de agosto de 1217, se lleva a cabo la dispersión. Domingo tiene en su mente cuáles son las mejores “tierras” para la sementera de la predicación: las ciudades universitarias, que facilitan a los frailes la mejor formación de la época y en ellas se debate el pensamiento de una nueva sociedad que no termina de despertar.
París será el primer destino con siete frailes. Su sustento y estancia dependerá de la generosidad de sus gentes, pues “sin bolsa y sin alforja, como lo apóstoles debéis ir a anunciar el reino de Dios”. Fray Mateo de Francia, clérigo maduro, y con más experiencia que el resto, abre el camino pues es originario de París. Hay que fundar un convento, estudiar en la universidad, extender la Orden, predicar... Deben salvar las dificultades con el clero de la ciudad y con los estamentos universitarios, que nunca han tenido a “frailecillos” como alumnos. Pero el epicentro teológico de la Cristiandad está en París, y hay demasiado clero inculto, como para no aprovechar la oportunidad por dura que pudiera ser la tarea. La Bula de fundación ayuda suavizar la entrada en la ciudad, pero no es suficiente, hay que “poner la vida en la Santa Predicación”.
Domingo no olvida su patria. Cuatro frailes en dos grupos, como los apóstoles, llegan a Salamanca y Palencia y en sucesivos envíos, Madrid, Guadalajara, Osma... Otros se quedan en Toulouse custodiando la primera fundación. Y otro pequeño grupo queda en el corazón espiritual de la Orden, junto a las monjas contemplativas de Prouille. El mismo Domingo marcha a Roma.
Domingo está otra vez sólo... y hay quien piensa que la dispersión “acababa de destruir con sus propias manos la animación del querido primero convento de Predicadores de San Román, se ponía fin al canto vigoroso del Oficio coral, las idas y venidas, las salidas y los regresos de la predicación, el estudio en sus celdas, el silencio...”. ¿Tuvo razón al dar ese paso tan trascendental? ¿Se ha dejado llevar por la presunción de los primeros éxitos o servía exclusivamente a los planes de Dios?
Quizá antes de tomar esa decisión volvió a su mente y a su corazón la visión que tuvo en la Basílica de San Pedro del Vaticano. En medio de las disputas de los reunidos en Concilio, en medio de la discusión por sacar a flote una Iglesia que se hunde, Domingo ve a San Pedro y San Pablo: uno le entrega un bastón como predicador itinerante, otro, le entrega sus cartas, ambos le exhortan ¡ve y predicar porque Dios así lo quiere!
Este fue el aval para no dejar el trigo de la Palabra amontonado en los herméticos monasterios, y ser, junto a sus hermanos, para siempre, SEMBRADORES DE LA PALABRA.
Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo
Subprior del Convento de San Pablo
No hay comentarios:
Publicar un comentario