No, no voy a poner el grito en el cielo. Pero déjenme levantar acta con un poco de humor. Y de amor hacia todo el mundo. También, hacia los discrepantes.
¿No les parece que estamos asistiendo a lances muy raros?
Llevamos los católicos una reedición de acosos, insultos y asaltos, que parecen cosa de otros tiempos. Juzguen ustedes mismos y hagan recuento: una señora que recita un “padre-nuestro hiriente” (con ribetes provocadoramente blasfemos); monjas asesinadas en guiñoles públicos; robos y profanaciones del Pan eucarístico (a veces para llevarlo a lugares de exposiciones públicas y hacer mofa), el famoso asalto a la capilla de la Universidad Complutense de Madrid, ahora juzgado en los tribunales...
Me preguntan que quiénes eran los “asaltantes”.
Es lo de menos, lo importante es la insensatez anacrónica. Dicen que eran hijos de papá con bastante dinero en el bolsillo, y, eso sí, muy “indignados”. Sobre todo, contra el catolicismo. Una mezquita no la asaltarían estos valientes. Peligraría su cuello. Pero lo que indigna de estos “indignados” (poco dignos) es que, hoy por hoy, ocupan flamantes cargos públicos, y que siguen con gestos y pronunciamientos sonrojantes.
Algunos me han preguntado: ¿Y qué hace una capilla en la universidad?
Es otro tema. Una capilla evidentemente está en la universidad para algo más que para ser asaltada. Se puede debatir si debe o no debe estar ahí; pero no se debe profanar. Si se entra en ella, es para visitarla, contemplarla, y, si se es creyente, para rezar o celebrar la fe. Lo que nadie entendería, hoy, en el 2016, después de una Constitución democrática y de un Concilio en el que la Iglesia católica aprobó una declaración sobre Libertad religiosa, es que aparezcan unos energúmenos (ellas y ellos) gritando: “Arderéis como en el treinta y seis”. Y empiecen a despojarse de sus vestidos: a quitarse sostenes, camisas, prendas varias y a bailar entre el altar y el atrio, apretando mucho el puño...
Insisto: Una capilla es un servicio a la ciudadanía que profesa la religión católica (¿Y qué hay de malo en ello?). Pero lo mismo que encontramos una capilla en la universidad, pueden verla también en un hospital público, en una cárcel o en cualquier otro lugar frecuentado por ciudadanos. En muchos otros lugares, las capillas, hoy, tienen un marcado carácter ecuménico (por ejemplo, en los aeropuertos). A nadie se le obliga a entrar en una iglesia católica. Ni en una mezquita. Pero a nadie se le debe impedir, si le apetece, asistir a cualquier celebración religiosa. Por ejemplo, un funeral por un estudiante. O una eucaristía de acción de gracias después de un doctorado. O un rato de silencio y de oración.
¿En la universidad? Sí, claro, en la universidad. ¿Se ha olvidado que la universidad surgió en España (y en casi toda Europa) al amparo de la Iglesia y del catolicismo? ¿No será que tenemos un laicismo beligerante a quien hace daño la “otra memoria histórica”? ¿No será, tal vez, que se ha impuesto como dogma que la religión es un asunto privado, llamado a desaparecer?
Por otra parte, ¿un asalto es un acto de libertad? ¿O acaso es un derecho que consagra a los “arrebatacapas” de otros tiempos? Algunos entienden la “libertad” como libertad para ofender e insultar. Y también en esto -como ya se he dicho- algunos son selectivos. Coincide con sus obsesiones anti-católicas. Los demás debemos respetarles a ellos; pero ellos están para imponernos lo suyo. Y si no, ya se sabe: eres “fascista”.
Suelen decirnos que hay que inspirarse en los países nórdicos. Pero en estos países suelen respetar la libertad del que quiere creer, y se persigue el delito de profanación. Aquí -¡qué le vamos a hacer!- tenemos grupos sociales y políticos que aún no han salido de sus cavernas ideológicas. Y nos quieren amedrentar con el sable y el puño. Y hasta con un curioso espectáculo de “strip tease”.
Eduardo de la Hera
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