Viernes, 26 de febrero de 2016. Veo en Facebook la actualización de la portada de la Revista Vida Nueva. Mi amigo Miguel Ángel Malavia cuenta que Rosa Flores, -directora del Centro de Migraciones de Cruz Roja en Puente Genil (Córdoba)- ofrece un dato: «Durante 2015 se han documentado 654 casos en los que los equipos de Cruz Roja Española han detectado indicadores de trata de seres humanos. De ellos, 141 correspondían a niñas y niños, de los cuales 113 están en paradero y situación desconocida. Desgraciadamente, estos números no suponen más que la punta del iceberg».
Y se me revuelven las tripas. 113 NIÑOS. Y no sabemos dónde están, ni qué ha sido de ellos.
Pero hay más: «Otros indicadores muestran que, durante el primer semestre de 2015, desaparecieron de centros de acogida en toda España un mínimo de 35 madres con 39 niños, 13 embarazadas y una adulta con discapacidad intelectual aparentemente también en estado de gestación». Y se me siguen revolviendo las tripas.
En España, que sepamos, 113 niños. En Europa, según denuncia de Europol, en el último año, se ha perdido el rastro de 10.000 NIÑOS... No hay que ser muy lince para intuir que el destino de esos niños... NIÑOS... puede no ser el mejor. Carnaza para mafias, redes de trata de seres humanos, tramas de prostitución...
Sigo en Facebook. Leo en el muro de Proactiva Open Arms -una ONG surgida en Badalona que trabaja en Lesbos, en las costas griegas... prestando auxilio a los que tratan de llegar a las costas europeas- «Ser niño en un país en conflicto es un verdadero infierno, vivir un milagro; el camino de huida hacia la libertad minado por el miedo a las mafias y un mar lleno de cadáveres. Y cuando creen que están cerca de conseguir un lugar donde crecer en paz, una Europa deshumanizada levanta vallas de espinos. Somos responsables de millones infancias robadas. Creyeron que éramos la solución y somos parte del problema. El tiempo nos dará un puñetazo y la historia nos pondrá en el sitio. Cuando sean adultos, les vamos a oír».
Y se me encoge el alma. Todo esto con nuestro silencio cómplice. Ojalá lleguemos a ser merecedores de que Dios, y estos niños, nos perdonen.
Domingo Pérez
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