A todas las víctimas (y sus familiares) del accidente aéreo de los Alpes
¡Viajeros accidentados, víctimas de todas las catástrofes!
Permitidme que, en la Pascua del 2015, os muestre aquí la imprescindible brújula (al alcance de todos) que nos permite encontrar, en la escalada, el camino hacia esa cumbre que son los Alpes, meta de nuestra vida.
¡Dadme pronto una brújula para no perder la ruta y quedarnos inmóviles en cualquier ventisquero!
¡Y una llave, por favor, para abrir la puerta cerrada de la cabina de la muerte!
La primera constatación que hacemos, cuando abrimos los ojos de la conciencia a la experiencia de la vida, es que aquí, en el mundo por el que transitamos, estamos de paso. Somos sólo eso, peregrinos, alpinistas, viajeros...
¿Qué sería de nosotros, si en la escalada no nos dejáramos acompañar -como María de Magdala, como los miedosos apóstoles, como los discípulos de Emaús- de Aquel que, sin imponer nada, sin forzarnos a nada, sin violentar nuestra libertad, nos regala los imprescindibles planos de la ruta que hacemos?
Cristo nos ofrece lo esencial para entender a Dios y entendernos a nosotros mismos.
Y lo esencial es Él mismo: su palabra y su vida. La vida de fe, la esperanza y el amor nos hacen ya aquí, en el mundo, partícipes de este triunfo final.
¡Creer, esperar y amar, y el triunfo de Jesucristo será nuestro también!
Lo esencial, en esta ruta escarpada, es dejarnos abrazar por este Dios que se hace viajero con nosotros, hasta terminar la jornada, en Emaús, partiendo el pan caliente y crujiente alrededor de la mesa, como un comensal más, y pasándonos en la intimidad la copa del vino envejecido, sabroso de tiempo, de solera y amistad.
¿Os parece poco? ¿Qué más podríamos esperar para este viaje?
¿Y la llave? ¿Cómo abriremos la puerta blindada del sepulcro? ¿Qué llave derribará el portón de nuestras culpas? Después de que recojan los cuerpos de todos los accidentados del mundo (ahora toca identificar a los del Airbus 320 que se estrelló en el macizo de Trois Évêchés en los Alpes), ¿qué más nos toca esperar?
Os mostraré la única llave que abre el sepulcro. Se llama “esperanza” y tiene nombre de mujer. Y tiene forma de cruz. La esperanza nos anticipa la resurrección y la vida del mundo futuro: la misma que esperamos sea “vida gloriosa” allá, al lado de los que amamos y nos amaron.
¡Derribaos puertas y verjas de todos los cementerios del mundo con sus cipreses alineados como centinelas en la noche! ¡Abríos sepulcros bien custodiados, como lo fue la tumba del Nazareno! ¡Miembros rotos de los pasajeros de la Germanwings!
Puertas teñidas de rojo, de sangre violenta, como la que se derrama en las guerras fratricidas, en los accidentes de coche o de avión, ¿quién os hará justicia?
Peregrinos de la noche, centinelas de las madrugadas, ¡aceptemos la llave de la esperanza cristiana! ¡Sólo ella nos abrirá la puerta de la inevitable muerte que llega! Hay cruces y encrucijadas. Pero sólo la llave de la cruz abre las puertas de la noche.
“Ave crux, spes unica!” “Surrexit Dominus vere!”. ¡Él tiene la llave y la brújula!
¡En su Pascua está nuestra pascua!
Eduardo de la Hera
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