Después de San Juan de la Cruz, su segundo y mejor amigo y consejero, fue el Apóstol San Pablo. Amigo y consejero por lo que respecta a su vida y a sus Cartas. En él encontramos otra palabra que entusiasma a la Santa: conversión.
Da la impresión que se sabía de memoria las Cartas del Apóstol. Si San Pablo, en su carta a los Filipenses escribe: “Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia”, no menos significativo es cuando repite en la Carta a los Gálatas: “Que no vivo yo ya, sino Vos, Criador mío vivís en mí”. “Mi vivir es Cristo”, gritará muchas veces la Santa imitando al Apóstol.
Santa Teresa junta muchas veces a San Pablo y la Magdalena y se emociona recordando su vida tan llena de Dios y tan entregada a seguir a Cristo. En Camino de Perfección [Cap. 40] leemos: “Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, con los buenos se juntan siempre, porque no gustan sino contentar al Amado”... “Mirad -escribe- un san Pablo, una Magdalena; en tres días el uno comenzó a entender que estaba enfermo de amor; este fue san Pablo. La Magdalena desde el primer día”.
Conversión. Se habla y escribe mucho de la conversión de Santa Teresa. Puede llevar a equivocación si se piensa que esa conversión fue como la de San Pablo, la Magdalena o San Agustín. La mirada y contemplación del Cristo atado a la Columna, provocó en Santa Teresa no la huida de una vida pecadora, sino que encendió el fuego que tan maravillosamente escribe San Juan de la Cruz en la Llama de Amor Viva. Que llega al matrimonio espiritual.
San Pablo, con sus Cartas y su vida, logró que santa Teresa pronunciase y viviese la muy “determinada determinación de seguir a Cristo”. No quería que sus monjas fuesen mujeres cobardes ante las dificultades y menos ante las tentaciones del demonio.
“Obras son amores y no buenas razones”. Eso quiere la Santa, sin miedo a que se hunda el mundo, las dirá a las cuatro monjas del convento de San José de Ávila. “Vuestra soy, para Vos nací, qué queréis señor de Mí” cantará una y mil veces.
Germán García Ferreras
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